jueves, 1 de mayo de 2014

Por godo enterado

FERNÁN PERAZA, padre de Guillén Peraza, era oriundo de Valdeflores (Sevilla), hijo de Gonzalo Pérez Martel y de doña Leonor Ruiz Peraza, a los que les transfirieron el Señorío de las Islas Canarias el 28 de junio 1443 y el derecho a conquistar el resto de las Islas Canarias (Gran Canaria, La Palma y Tenerife).Desde Lanzarote, que en ese momento histórico era donde residía el poder de los conquistadores, Fernán Peraza invita a su hijo Guillén Peraza, del cual se decía que poseía bríos, mucho valor y gentileza, heredados de su abuelo, que había ejecutado grandes y memorables correrías contra los moros en Sevilla.Con la ayuda de los castellanos, Fernán Peraza cuenta con tres fragatas de guerra, doscientos ballesteros y trescientos canarios de las islas de Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro, que estaban bajo su mando. Con ese poder confiere a su hijo Guillén Peraza la conquista de La Palma y salen desde la bahía de lo que hoy es San Sebastián rumbo a La Palma.En La Palma reinaba el príncipe Echedey, en el Distrito de Tihuya, y al conocer la llegada de Guillén Peraza toda la Isla se conmovió y sus mejores guerreros corrieron furiosamente a defender su patria, La Palma.Echedey cedió parte de los guerreros a su hermano Chenauco, y el de las chusmas auxiliares a otro gran guerrero llamado Dutinmara, palmero valiente, astuto y primer ministro de Tiniaba, príncipe en Tagaragre, en el territorio de lo que hoy es Barlovento.Estos naturales de La Palma conocían perfectamente las gargantas y desfiladeros de la Isla, los más fragosos del mundo, situándose en lugares estratégicos que les brinda una posición superior a la del invasor Guillén Peraza. Este, haciendo alardes de su gran valor guerrero, dio la orden a sus tropas de avanzar tierra adentro sin la debida prudencia, para que atacasen por todas partes al enemigo que encontraran hasta desalojarlos de sus predios.El recibimiento que le dieron los palmeros fue de tanta firmeza que de inmediato el invasor fue oprimido bajo la lluvia de piedras que le caían desde las alturas.La agilidad y destreza con que trepaban los riscos más escarpados y la facilidad de esconderse para atacar de nuevo por sorpresa fue la gran estrategia de los palmeros contra el invasor Guillén Peraza.Ante lo imprevisto, las tropas de Guillén Peraza retroceden en franca huida hacia la ribera, pero el joven Peraza, basado en sus atributos de buen guerrero, desenvaina su espada y da órdenes de arremeter contra los insulares, sin darse cuenta de que para los aborígenes de La Palma su mejor arma era el lanzamiento de piedras, pues desde niños eran adiestrados y efectuaban competencias. Una de las piedras lanzadas certeramente da en la cabeza de Guillén Peraza, con tal contundencia que lo mató.Entre los conquistadores castellanos la muerte de Guillén Peraza fue el infortunio más lastimoso. En su retirada logran recoger el cadáver de Guillén Peraza, y en su intento por llegar a los navíos murieron muchísimos conquistadores. La escuadra regresó a La Gomera con el cadáver del joven guerrero y en sus exequias el pueblo entonó endechas, que gracias al padre Juan Abreu Galindo hoy conocemos.¡Llorad, las damas, / así Dios os vala! / Guillén Peraza / quedó en La Palma, / la flor marchita / de la su cara. / No eres palma, / eres retama, / eres ciprés / de triste rama; / eres desdicha, / desdicha mala. / Tus campos rompan / tristes volcanes, / no vean placeres / sino pesares; / cubran tus flores / los arenales, / ¡Guillén Peraza! / ¡Guillén Peraza! / ¿Dó está tu escudo? / ¿Dó está tu lanza? / Todo lo acaba / la malandanza.Sobre la muerte de Guillén Peraza, la extraordinaria agrupación musical canaria de "Los Sabandeños", en una de sus creaciones, inmortaliza las endechas pronunciadas durante el sepelio de Guillén Peraza, registradas por Juan Abreu Galindo, uno de los tantos historiadores de las Islas Canarias





Corría el año del Señor de 1447 cuando el joven doncel Guillén Peraza, con ansias de igualar las hazañas de sus mayores, pretendió conquistar La Palma acompañado de los capitanes Hernán Martel, que comandaba a las gentes de Sevilla, y Juan de Adal, Luis Casañas y Mateo Picar, que dirigían las tropas de las Islas. Por la playas del cantón de Tixuya o Tajuja, hoy término municipal de Los Llanos de Aridane, "...salió a tierra y como no aparecieron algunos de sus naturales, tuvieron lugar y tiempo los cristianos de encuadronarse y ponerse a caballo de lanza y adarga. Pero Guillén Peraza ... por la gala con que iba vestido fue blanco de los palmeros... mas la fortuna fue aquel día de los gentiles, porque de una pedrada en la cabeza cayó luego del caballo Guillén Peraza y quedó muerto" (Marín y Cubas).
José Viera y Clavijo describió la patética derrota de las tropas cristianas de la siguiente manera: "Jamás hubo infortunio más lastimoso. La retirada a los navíos se hizo entonces general y muchos españoles perdieron la vida al lado de Hernán Martel por embarcar el cadáver del malogrado jefe. Así regresó la escuadra, cargada de luto, a La Gomera, donde dieron sepultura al hermoso guerrero..."
Guillén Peraza desembarcó, según la tradición, por las negras arenas de Puerto de Naos (Los Llanos de Aridane). Con más de 500 hombres de armas, con brillantes armaduras, a la grupa de caballos andaluces enjaezados de guerra y, marchando en formación, ballesteros a pie. A decir por las crónicas: "...tomando puerto en el término de Texuya, señorio de Chedey. (...) Metióse la tierra adentro. La isla de La Palma es muy alta y áspera de subir y andar; y la gente que llevaba Guillén Peraza de las Casas, no usada a semejantes asperezas. Y los palmeros, diestros y ligeros en ella, poniéndose en los pasos más ásperos y dificultosos, acometieron a los cristianos de tal manera, que los desbarataron; y, aunque se defendían animosamente, los hicieron recoger. Y, queriendo Guillén Peraza de las Casas hacer rostro, le dieron una pedrada y cayó muerto" (Abreu Galindo).
Grande fue la muestra de poderío y amenaza en el azul horizonte del mar de poniente palmero. Velámenes blancos con galeras y cubierta cargada de hombres de armas, que portaban estandartes multicolores. El retumbar de los tambores y los cascos de los caballos sobre las lavas volcánicas se multiplicó, con eco de guerra, por laderas, valles y barrancos de La Palma y "... se conmovió la tierra y corrieron los bárbaros como furiosos a la defensa de su patria, de la que eran amantísimos. Echedey dio el gobierno de sus fuerzas a su hermano Chenauco y el de las chusmas auxiliares a Dutenmara, palmero valiente, astuto..." (Viera y Clavijo).
Las pretensiones de conquista y de comercio de esclavos blancos se vieron truncadas por la valentía de un pueblo del que decían era bárbaro e infiel y que, con sólo palos, piedras y venablos consiguió repeler al invasor y defender su tierra y sus gentes. A la muerte del doncel Guillén Peraza, "... en sus exequias, entonaron los pueblos las endechas siguientes, cuyas cláusulas nobles, patéticas y sencillas nos conservó el padre Abreu Galindo en su historia" (Viera y Clavijo).

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