Leocricia nació en Santa Cruz de La Palma el 18 de agosto de 1853. Era hija de José Gabriel Pestana Brito -depositario del Ayuntamiento de la capital palmera- y de María del Rosario Fierro Camacho. Ambos eran naturales y vecinos de esta ciudad. En el bautismo -celebrado en la parroquia matriz de El Salvador el 11 de enero de 1854- se le puso el nombre de Leocricia Segunda de las Angustias. Se daba la curiosa circunstancia que tuvo otra hermana de igual nombre y que había fallecido a los 14 años de edad. Su madrina fue María de los Dolores Pestana, su tía.
El domicilio familiar ocupaba el número 43 de la Calle Real de Santiago, actual número 53 de la calle Pérez de Brito. No queda nada de la antigua fábrica, puesto que actualmente se ha erigido nuevo edificio sobre los antiguos solares. Cuando la niña contaba 5 años, su padre murió prematuramente a los 48. Su madre y tres de sus cinco hermanos (dos de ellos habían ya fallecido) vivieron muy unidos desde entonces. Más tarde moriría su madre y sus hermanos Cristina (la mayor) y José Gabriel. Quedaban tan sólo Leocricia y su hermano Segundo Gabriel. Vivirían en la misma casona hasta la muerte de éste.
A la edad de 44 años, se casó con Dionisio Carillo Álvarez, un año más joven que ella. La boda tuvo lugar en El Salvador y fue el arcipreste de La Palma, Benigno Mascareño Pérez, el que oficiara la solemne ceremonia. Se hallaba presente también el secretario del Juzgado, José Manuel Pérez y Paz. Así dejaba constancia del hecho en el Registro Civil.
Leocricia fue una incansable lectora que, desde que era pequeña, había sentido una gran fascinación por la poesía. Sin embargo, sólo componía sus versos en la intimidad de su cuarto, sólo para cubrir una necesidad vital, para su satisfacción...
El 13 de mayo de 1874 fue una fecha muy importante en su vida. Esa noche tuvo lugar una reunión masónica en la "Quinta Verde", hacienda extramuros de la ciudad, en el Barranco de los Dolores, propiedad de su querido hermano Segundo desde el 30 de noviembre de 1864. Éste la había comprado a Antonio Álvarez Rodríguez. Un numeroso grupo de masones y otros tantos indigentes de la ciudad habían sido invitados a la casona. Tras el banquete, Leocricia ayudó a servir los postres junto a un grupo de doncellas y damas de la capital. Improvisó este conocido brindis en forma de octava. Tenía 20 años.
"Brindo por el sentimiento
Más grande que el alma encierra
Y que derrama en la tierra
Consuelo a la Humanidad;
Que se agita en todo el pecho
Do late un corazón:
Brindo por el buen masón,
Brindo por su caridad".
Si bien la Francmasonería en nuestra Isla no admitía en su seno a las mujeres, esta espontánea improvisación de Leocricia dio pie a suponer que la poetisa era masona. A lo largo de toda su vida demostró tener simpatía y admiración por esta confraternidad. Su hermano sí era un consumado masón y cuando enfermó, muchos miembros de la misma estuvieron atendiéndolo, cosa que siempre agradeció Leocricia.
Existió una leyenda que envolvía la "Quinta Verde" y alcanzaba a sus habitantes. Bien es sabido que en la capilla de la mansión había permanecido la impresionante imagen del Señor de la Caída (actualmente puesta al culto en la parroquia de San Francisco de Asís de esta capital) después que su ermita fuera pasto de las llamas en 1827. Por ello se trasladó allí la milagrosa efigie. Se consideraba que el Señor era el dueño de la Quinta desde entonces. Por eso, cuando llegó la ley de desamortización dictada por Mendizábal, el masón Segundo Pestana Fierro, hermano de Leocricia, adquirió la heredad en subasta pública. Se produjo entonces el latrocinio con el desahucio de la imagen, lo que llevó a la consternación popular y el inicio del mito.
La solemne y multitudinaria procesión llevó al Cristo Caído desde su oratorio hasta el templo del extinguido convento de la Inmaculada Concepción, hoy San Francisco. Se decía que aquella acción sería castigada por Dios y caería la furia divina a todos aquellos que lo habían ultrajado. El presagio era claro: ninguno de los dos hermanos llegaría a disfrutar de su nueva pertenencia, conseguida por tales "perversos" medios. Se pensó que la cruel enfermedad que acabaría con la vida de Segundo y la soledad que consumió a Leocricia eran los presagiados resultados de la materialización de la fatal profecía.
Sin embargo, había una explicación para ello. El oratorio, destruido por el fuego y ubicado en la antiguamente denominada Calle Real del Puente del Medio, era patronato de una rama de la poderosa familia Massieu, saga que era también propietaria de la hacienda. Ésta había sido vendida por Rafael Massieu Béthencourt, avecindado en Las Palmas, a Antonio Álvarez Rodríguez por escritura pública que pasó ante José Benítez, notario de la capital. De éste la adquirió Segundo Pestana un mes más tarde. Es decir, que jamás la finca fue propiedad de la Iglesia ya que se trataba de una pieza de mayorazgo, es decir, imposible de cambiar, vender o enajenar. Se transfería siempre a los primogénitos de la saga. Además, cuando Rafael Massieu la había vendido a Antonio ya se hallaban en vigor las leyes que dejaron sin efecto las vinculaciones de bienes.
Tal y como reza una moderna inscripción colocada en el patio del conjunto, la "Quinta Verde" constituye uno de los mejores ejemplos existentes en Canarias de quinta suburbana, es decir, de hacienda y casa de campo próxima a la ciudad, construida como lugar temporal de descanso y recreo por sus primigenios dueños. La leyenda continúa: "El conjunto, que incluye el palmeral superior, presenta configuración aterrazada, formada por diversas huertas escalonadas, escalinatas, vías y portadas de piedra que se adaptan a la topografía del terreno con un orden natural admirable. A sus singulares valores arquitectónicos y paisajísticos hay que unir además su importancia histórica, cultural y literaria, como lugar de reunión de la Logia masónica existente en la Isla y residencia de significativos poetas como Nicolás Massieu Salgado (1720-1791) y Leocricia Pestana Fierro (1853-1926)".
En el periódico local El Iris, cuando Leocricia contaba con 28 años de edad, salió publicado su primer poema en un trabajo especial que conmemoraba los dos siglos del fallecimiento de Calderón de la Barca. El soneto se titulaba A España:
"Aunque no fuera la nación potente
Que del moro humillara la arrogancia,
La que salvó animosa la distancia
Por buscar otro mundo en Occidente,
La que acostumbrada contempló la gente
Admirando su indómita constancia,
Ceñirse con Sagunto y con Numancia,
Coronas de laurel su altiva frente.
Si la patria no fuera de Pelayo
Y honrarse no pudiera en la memoria
La jornada inmortal del Dos de Mayo,
Bastará, España, para honrar su historia
Que mostraras brillante como el rayo
De Calderón la perdurable gloria."
Leocricia, tras la muerte de su hermano Segundo, heredó la "Quinta Verde", extraordinario remanso de paz y verdor en el Barranco de Nuestra Señora de Los Dolores, extramuros de la ciudad. Se da la circunstancia de que un gravamen pesaba sobre la mansión y su finca: una hipoteca a favor del abogado Federico López Abreu, alcalde de la capital palmera. Leocricia, imposibilitada económicamente de hacer frente a esta gran deuda, no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo con el edil. Consistía en que le cedía la propiedad, pero -como bien informaba Pérez García- "se reservó para su uso la parte alta de la casona y los jardines inmediatos".
Al fallecer Leocricia, pasó el pleno dominio de la finca a López Abreu, quien la transmitió posteriormente a María del Carmen y José López Martín, sus nietos.
El Boletín Oficial de Canarias núm. 89, de 9 de mayo de 2005, publica el decreto 70/2005 por el que se declara Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento, la Quinta Verde. Hoy, aunque es propiedad del Ayuntamiento capitalino, está convertido en "Aula Abierta de Educación Ambiental", a través de un convenio firmado con el Cabildo para la puesta en uso de las instalaciones, rutas guiadas...
Tras haber habitado en este precioso paraje durante varias épocas de su vida, en 1898 decide instalarse definitivamente en ella. El rencuentro de Leocricia -ya casada- con su amado edén le produjo una gran alegría. Escribió "al llegar a la casa de la Quinta Verde (para mí muy querida) tras largos años de dolorosa ausencia..." El soneto en el que plasmó su inspiración fue titulado A mi corazón.
"Llegué... ¡La vuelvo a ver...! Y aquí en mi pecho
Con fuerza, corazón, potente lates,
Adalid que aguerrido en los combates
Al campo de batalla hallas estrecho:
Intrépido palpitas, aún maltrecho
De tus penas de ayer, á los embates...
Que hoy sirvan tus heridas de acicates
Para ansioso buscar aun á despecho
De amargas y queridas remembranzas,
Una playa de amor y de ventura,
Que al mar de tu dolor ponga su valla;
Y si el hado tan solo en esperanzas
Trueca su afán de paz y de ternura...
Herido corazón... no llores ¡¡calla!!"
Luis Morera ("A la Quinta Verde", Taburiente, 1987) cantaba"...La Quinta Verde es un jardín donde la luna hace el amor y las estrellas desde el cielo le van susurrando un canto en crepúsculo de mar y mariposas de cristal del cielo bajan para ver el verso que al amanecer dejó prendido al rosal la Dama del traje blanco..."
Leocricia se erigió en un importante referente para los republicanos insulares, en su ídolo indiscutible. Seguidora del Librepensamiento, de la Libertad y de la Justicia, en su intranquila personalidad se dieron varias contradicciones. Por ejemplo, se consideraba una mujer anticlerical, pero en el fondo era una gran creyente. No soportaba que nadie criticara o hablara mal de la Iglesia. Se vestía incluso de negro riguroso cada Viernes Santo, de luto por la muerte de Jesucristo. Incluso había colgado sobre su cama un cuadro de Nuestra Señora de los Dolores, en cuya esquina existía una redondilla escrita por ella y dedicada a su Virgencita Dolorosa:
"Mater Dolorosa.
María, por tu bondad,
Meditando tus Dolores,
Logramos los pecadores
El fruto de tu piedad".
Se decía que la Iglesia estaba en contra de Leocricia. La Iglesia de la época condenaba la separación de Iglesia y Estado, la libertad de expresión y de prensa, el socialismo, el racionalismo, la democracia... y otros muchos ideales que Leocricia defendía. Se decía que la Iglesia era anti-Leocricia, no Leocricia anti-Iglesia.
Su clara influencia en los republicanos de la época se plasma en varias invitaciones y esquelas que recibía Leocricia. Una de ellas, firmada por veintisiete señoras de la capital palmera, le fue remitida para dignificar con su asistencia un acto de homenaje en honor de Voltaire. Fechada el 19 de febrero de 1914 rezaba:
"Sra. Dª Leocricia Pestana de Carrillo.- Distinguida señora nuestra: Las que suscriben, constantes admiradoras de la poesía y pensadora a quien tienen el honor de dirigirse, y que se proponen concurrir a la Velada, homenaje al amplio espíritu que se llamó Voltaire, solicitan el valioso y necesario concurso intelectual de V. para lo que será una hermosa y significativa fiesta.- A la vez, ruéganle encarecidamente su asistencia al acto, ya que es V. la más alta y digna representación de nuestro sexo, que no puede ni quiere permanecer insensible a los requerimientos de la Razón, que para la mujer abre mejor senda de aquella de la Fe, vieja y tortuosa.- Aceptad el testimonio de sincero afecto de vuestras paisanas".
La primera firma que aparece en esta invitación es la de Evangelina Hernández Armas (1885-1971), esposa del empresario Manuel Rodríguez Acosta (1883-1961). Éste fue destacado librepensador y republicano que fue detenido al iniciarse el Alzamiento Nacional el 18 de junio de 1936, como directivo de la Unión Republicana de La Palma.
Leocricia no acudió a la velada, pero -como informaba la prensa local- envió una bella carta dirigida a las damas que tan amablemente la habían invitado y que fue leída por Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942), célebre periodista "brillante, astuto, polémico y mordaz".
Lorenzo Rodríguez, en sus crónicas, informaba de que "el periódico que por esta época se publicaba en esta población con el título de El Iris, publicó un número extraordinario de literatura y poesía, una de las cuales es la siguientes, que hemos preferido para poner, no porque sea mejor que las otras, sino por ser de una mujer". Y a continuación transcribe el mismo soneto titulado A España al que hice referencia anteriormente.
Otro de los ínclitos personajes de la época, el escritor Félix Duarte Pérez (1895-1990), informaba de que los versos de Leocricia, "de un clasicismo irreprochable, tenían acentos conmovedores, estrofas definitivas, primores de técnica y sonoridades de himno redentor". Pérez García añadía en su estudio sobre la poetisa que "en ellos había un soplo de rebeldía contra todas las mediocridades, una propuesta latente, discreta y sentida hacia la hostilidad del medio en que le tocó vivir".
Pérez García describía así a la dulce poetisa palmera: "Leocricia, que detestaba que la retratasen, fue una mujer de estatura mediana, delgada, de buen carácter y buen trato, culta y de excelentes cualidades, a la par que fina, agradable, delicada, y muy acicalada en su persona; vestía a la moda de su juventud, con trajes de colores, largos y con cola..."
Suárez Bustillo la describía así: "Leocricia era de estatura media, en torno a 1,60, delgada, pelo recogido y siempre bien peinada, frente despejada y ancha, piel rosada, fina, agraciada de cara, de sonrisa graciosa, voz deliciosa, mirada ardiente, agradable, delicada, sensible. Muy pulcra en su persona. Vestía a la moda de su juventud, con trajes de color negro o blanco, largos y con cola".
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