lunes, 20 de abril de 2015

El silbo

Visión Histórica
El silbo es el sonido más intenso que una persona puede realizar sin utilizar elementos ajenos a su propio cuerpo, pudiendo alcanzarse los 130 decibelios de intensidad sonora (medidos a un metro de distancia). El uso del silbo como lenguaje viene motivado por la necesidad de comunicación a distancia en una oro-grafía complicada. La mayor distancia a la que puede escucharse y entenderse el silbo se encuentra entre 2 y 3 kilómetros, según el silbador y las características del lugar y el momento. Por esta razón, algunas culturas humanas han sabido convertir las modulaciones del silbo en palabras inteligibles, con el fin de emitir y recibir mensajes a larga distancia. Esto es especialmente útil en sociedades que habitan espacios montañosos, como lo es la de las Islas Canarias, por la dificultad que supone cubrir las distancias a pie.






Los primeros pobladores de este Archipiélago, bereberes procedentes del noroeste de África, fueron los que trajeron a las Islas el lenguaje silbado. Hay constancia de su uso en las zonas montañosas norteafricanas desde la época de Heródoto, siglo V a.C, momento aproximado del poblamiento de Canarias, pero también en fechas muy recientes.
A partir de ese mentado primer poblamiento, los guanches (nombre generalizado para los citados primeros habitantes) siguieron utilizando el silbo en sus actividades cotidianas, posiblemente en todas las Islas. Sobrevivió su uso al hecho traumático que supuso para aquellas personas la conquista y colonización europea de Canarias (siglo XV d.C. en adelante), por la sencilla razón de que continuaba siendo útil. Aquella población de los inicios del XVI fue testigo del cambio en la técnica que supuso el silbar la lengua guanche a la de silbar el español.
El silbo practicado por los canarios resultantes del mestizaje presenta características similares en las diferentes Islas. No obstante, la utilización del lenguaje silbado ha ido menguando por diferentes razones, entre las que destaca el cambio de hábitos socio-económicos y el desarrollo de los medios de comunicación , ocurridos durante el transcurso del siglo XX. Y ha sido así hasta el punto de haber desaparecido de la mayoría de las Islas.
Hay vestigios, aún por estudiar en profundidad, de la existencia en el pasado de lenguaje silbado en La Palma y Lanzarote, por lo que no debemos descartar, por tanto, a Fuerteventura. Esta última isla, por otro lado, presenta un topónimo denominado “Montaña del Silbo”. En Tenerife y Gran Canaria, las más pobladas, fue común su uso hasta hace pocas generaciones entre pastores de zonas escarpadas y alejadas de las grandes poblaciones insulares. En El Hierro aún es fácil encontrar buenos silbadores entre los mayores de la Isla, aunque su uso ha retrocedido espectacular-mente en los últimos 45 años y, tras más de 2000 años de utilización, se corre el grave riesgo de que desaparezca definitivamente en el próximo decenio.






Pero es en la Isla de La Gomera donde se concentra la práctica actual del silbo canario, con algunas personas mayores que aún lo practican, y con escolares que lo aprenden en clase como materia obligatoria entre primero de Educación Primaria (alumnos de 6 años de edad) y segundo de Educación Secundaria (alumnos de 14 años). Esta particular forma de comunicación ha supuesto también un motivo de orgullo e identidad para los gomeros, que han luchado por su conservación y re-valorización, hasta el punto culminante de obtener la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la U.N.E.S.C.O. (30 de septiembre de 2009). Por esto, y con toda justicia, es La Gomera la Isla del Silbo, y la que le ha puesto el ya aceptado apellido al fenómeno: silbo gomero.




La Antigua Tradición del Silbo en Lanzarote
Aquí, demostramos con un ejemplo ilustrativo de cómo la imposición violenta coarta la expresión de una cultura milenaria, que sigue latente en los portadores de la memoria africana.
El uso del silbo como lenguaje en Canarias, es una tradición de origen pastoril, y por lo tanto cuenta con muchos indicios de ser de origen pre-hispánico, o lo que es lo mismo: africano. Si bien contamos con la superveniencia en La Gomera del uso prácticamente intacto en su esencia del silbo como lenguaje expresivo, que indican indecorosamente el otro origen del origen, el resto de las islas guarda reminiscencias de lo mismo hasta tiempos históricamente recientes.
En Lanzarote, esto se demuestra con una tradición guardada en el pueblo de Femés hasta primeros del siglo XX, que por sus enlaces simbólicos, no deja de sorprender y que gracias al “padre religioso” de turno y con métodos dictatoriales, terminó con una tradición de ese otro origen... bien adaptada al establishment católico, hasta que el capricho del curita lo condenó al olvido. Por suerte, toda mentira tiene grietas,  siendo varios autores como Isaac Viera en su libro “Costumbres Canarias” que dejan testimonio de este caso en concreto.
Un texto.
“La Iglesia como institución, ha reaccionado de diferentes maneras ante este tipo de manifestaciones, prohibiéndolas en algunas ocasiones y sepultando así tradiciones ancestrales de nuestro folclore. En el caso de Lanzarote, el ejemplo más vivo de esta absurda postura viene expresado de forma anecdótica. En el pueblo de Femés, los feligreses solían propinar sonoros silbidos en el momento del nacimiento del Niño, durante la celebración de la Misa del Gallo, tradición que ha pervivido en lo tinerfeños pueblos de la Matanza de Acentejo y Tejina. Sin embargo, a comienzos del siglo, al nuevo párroco del pueblo se le antojó que no era aquella una costumbre “decorosa” ni digna de ser ejecutadas en un templo, con lo que la prohibió pese a las quejas de los vecinos. Fue tanto su empecinamiento, que no dudó en emplear métodos dramáticos para logar su empeño, de tal suerte que cuando uno de los insumisos feligreses intentó –durante el “besapies”- entonar su silbido, no dudó el citado cura destrozar la imagen del Niño, espetándole en la cabeza del pobre aldeano. Isaac Viera recoge esta anécdota, (Costumbres Canarias, 1916), aunque también fue trasmitida oralmente, siendo muchos los ancianos de la Isla que aún recuerdan la copla que algún anónimo dedicó al agresivo párroco:”
“Al niño recién “nació”
Le dio muerte el señor cura
Por mor de calentura
Que cogió con el silbo”






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