miércoles, 29 de julio de 2015

Maxerco

Maxerco
Maxerco, rey de La Palma (segunda mitad siglo XV, isla de La Palma, Canarias), también conocido como Maxorco, fue uno de los últimos reyes auritas que tuvo la isla canaria, antes de ser incorporada a la Corona de Castilla, tras la conquista militar y por mercenarios, en mayo de 1493.
Las primeras referencias conocidas sobre este personaje aparecieron en varias obras del siglos XVI, como en Saudades da terra del historiador portugués Gaspar Frutuoso (Islas Azores), 1522-1591); en la Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria del intelectual y militar español Gonzalo Argote de Molina (1548-1596), publicada más tarde por alguien con el seudónimo de Fray Juan de Abréu Galindo; y en Descripción e Historia del Reino de las Islas Canarias del ingeniero militar italiano Leonardo Torriani (1560-1628), que menciona a dos hijos de Maxerco.
Al igual que ocurre con el último rey indígena de la isla de El Hierro, Osinisa, la escasa investigación desarrollada sobre Maxerco se limita a su descendencia genealógica, conocida por el linaje de Justa, tras la cristianización castellana de su única hija, bautizada como Justa González. Esta investigación se viene elaborando a través de dos tipos de fuentes históricas: una primera documentación que aparece citada en las obras historiográficas anteriores, y una segunda documentación que incluiría, entre otros, los acuerdos del Cabildo insular, los protocolos notariales y los registros parroquiales y civiles de nacimientos, matrimonios y defunciones.
Las primeras generaciones de este linaje real aborigen, aparecen en las citadas fuentes históricas, destacando la referencia que hizo Gaspar Frutuoso en su obra Saudades da Terra. Libro I, Cap. XVI, pág 135:
"...Dizem os islenhos que neste sitio habitava antes de conquistada a ilha un rei dos mais graves de toda ela, que se chamava Maxerco ou Maxorco, que tinha filos e filhas, os quais morreram todos na defensâo da conquista, escapando só uma filha, de que procederam os de Justa, que era o nome desta infanta...
"... Dicen los nativos isleños que en este sitio habitaba antes de la conquista uno de los reyes más importantes de la Isla, que se llamaba Maxerco o Maxorco, que tenía hijos e hijas, que dieron su vida en la defensa de su tierra, todos menos una hija que se salvó y de la que procede la familia de Pedro Hernández de Justa (Justa era el nombre de la infanta)...
También en la otra obra citada, publicada en 1632, por Juan de Abréu Galindo, menciona de manera más amplia esa familia de Maxerco, en concreto, sus otros hijos, Jaguiro y Garehagua, que murieron en la batalla: "...en el término y señorío de Jaguiro y Garehagua, que fue en Tigalate...prendieron a un palmero y a una palmera, hermana del capitán Garehagua. Ésta, cuando se vio presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se llamaba Jacomar, y púsolo en tanto aprieto, que éste tuvo que hacer uso de las armas, y así le dio de puñaladas y la mató." "...hasta que llegó (el Adelantado) a Tigalate y Mazo, territorio del capitán Jaguiro y Garehagua, donde halló toda la gente alterada y puesta en armas o por tenerlos a la vista o por tener el capitán (Garehagua), se pusieron en forma de defensa...pero los cristianos fueron en su seguimiento y alcance, donde mataron a algunos palmeros que se ponían en defensa y cautivaron a muchos."
Con el segundo tipo de documentación mencionada, se ha podido confirmar en parte la composición y descendencia de la familia de Justa. Así, los Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma, citan a esa única hija superviviente de Maxerco, Justa González. En el Protocolo 301, del 16 octubre de 1553 dice: “Pedro Hernández, hijo de Justa González, dice que por el mes de enero de 1552 vendió a Alfonso Pérez, portugués…”
Sobre el matrimonio de este nieto de Maxerco encontramos el nombre de su esposa en el Protocolo 555, de 27 octubre de 1554:“Ratificación de la venta que hace 15 años, Diego Castellano, Leonor Gutiérrez, su hermana, y Ana Hernández y Águeda de León, mujer de Pedro Hernández de Justa…”
También, en una de las actas del Cabildo de La Palma, de 1554, se lee como los dos nietos de Maxerco, e hijos de Justa y Pedro, son elegidos alcalde y alguacil, respectivamente, de Mazo (Villa de Mazo y Tiguerorte:
"En este día XIX de octubre de MDLIIII, estando en cabildo el dicho Sr Teniente (de Gobernador: Diego Cabrera) e Marcos Ruberto (sic) e Pedro Alarcón y Baltasar de Fraga e Miguel Lomely y Luys Horozco de Santa Cruz, reg(idore)s, y en presencia de my, el dicho Pedro de Belmonte, esc(ribano) del Conçejo, el Sr Teniente dixo que el Sr. Gobernador tiene por sus alcaldes a Pedro Hernandes (sic) de Justa en Mazo y Tiguerort hasta donde llega el término del alcalde de Los Llanos e a Cristóbal Gutierres (sic) por alcalde de Tixarafe, Aguatabar y Puntagorda...", más adelante continúa: "(Com)paresció Pero(sic) Hernandes de Justa, vecino, e dixo que fiava y fyó a Alonso Hernandes, su hermano, en el cargo de alguacil de Mazo y Tiguerot (sic)". …”
Descendencia.
Los dos hijos conocidos de Justa González y Pedro Hernández de La Palma fueron: Pedro Hernández de Justa y Alonso Hernández de Justa, naturales de Mazo. De los dos, el primero continúa en su descendencia el apellido del linaje materno, mientras que del segundo, no se conocen más datos.
El primer hijo de Justa González y Pedro Hernández de La Palma, Pedro Hernández de Justa, casó con Águeda de Léon, y es de quien se tienen más datos históricos. Destacando su participación en la defensa de la isla de La Palma frente al ataque del pirata holandés Fraçois LeClerc, apodado Pie de Palo, en julio de 1553, según la descripción deJuan de Abreu Galindo, p. 106:
«Reaccionando toda la gente de la isla (al ataque de Pie de Palo), sobre todo los isleños (auaritas) que tenían como capitán a un hombre valeroso llamado Pedro Hernández de Justa, corpulento y magnánimo como un Alejandro Magno».

jueves, 16 de julio de 2015

Luis Rodríguez Figueroa

ESCRITOR Y POLÍTICO
    Luis Rodríguez de la Sierra Figueroa nació en Puerto de la Cruz, Tenerife, en noviembre de 1875. La acomodada situación económica de su familia –clase media típica de la ciudad portuaria– permitió a sus padres, Luis Francisco Rodríguez de la Sierra y Emilia Figueroa Morales, enviarlo a estudiar la carrera de Derecho a Granada. Al finalizar sus estudios, hacia 1896, regresó a su localidad natal, donde continuó perfilando su faceta literaria y política. No obstante, Rodríguez Figueroa, inquieto y capacitado para buscar experiencias foráneas de vida, permaneció durante bastante tiempo en distintas ciudades del continente europeo, donde sus vivencias marcaron también una reflexión lúcida que influye de manera decisiva en su posterior actividad social y política.
Perfil ideológico y trayectoria política
    El marco temporal que nos convoca lleva a establecer una fácil conexión con el regeneracionismo literario español del 98, sumido en la crisis definitiva del poder colonial en América. Rodríguez Figueroa, en línea directa con la pauta ideológica e intelectual de esta época, refleja su preocupación por el momento histórico, al tiempo que reflexiona en busca de explicaciones a la situación social y política. El caciquismo, tan presente en la realidad local isleña, es el rasgo caracterizador de un mal estructural que deprime a la sociedad en un crónico estancamiento. El proceso analítico termina por identificar al sistema monárquico de linajes como eje de la crisis general. Así, en un contexto ilustrado y sociopolítico óptimo, Rodríguez Figueroa definió desde muy joven su opción política republicana, aunque con los matices isleños inevitables, de los que hablaremos más adelante.
    El esquema bipartidista vigente tras la Restauraciónmonárquica dejó la única perspectiva real de transformación sociopolítica en manos del Partido Republicano. La alternancia pactista de liberales y conservadores en el gobierno sostenía un conjunto de anomalías, que son producto del ejercicio de un anquilosado orden político, corrupto y mediatizado en su esencia por el poder fáctico del ejército y de los sectores más conservadores de la Iglesia. La administración gubernamental está incapacitada para resolver de forma rápida y ventajosa la situación de los servicios públicos, la industria, la mano de obra y los conflictos obreros nacientes. Como solución al bloqueo institucional, cultural y de gestión, Rodríguez Figueroa acogió el ideal de un sistema social que permitiera llevar a sus órganos de gobierno a los individuos en función de sus capacidades técnicas y humanas, y no regido por un criterio tradicional de nacimiento. Un modelo que debía satisfacer las demandas de justicia social y dé culminación a la soberanía del poder civil, en un auténtico marco de acción democrática.
    Una vez detectado el problema estructural, Rodríguez Figueroa se decidió a contribuir efectivamente a la erradicación de las situaciones anómalas de la vida política del municipio. El encuadre sociopolítico y el prestigio por la defensa de la causa de los débiles (campesinos y obreros), tanto en el ámbito profesional como en el literario, posibilitaron su entrada en la gestión municipal, tras ser elegido concejal en dos procesos electorales, para los bienios consecutivos de 1912-13 y 1914-15. El nuevo edil no desaprovechó la oportunidad de preguntar, intervenir, presentar planes y resoluciones, en lo que fue una oposición activa e incesante a los intereses oligárquicos de la localidad, representados en la figura del alcalde y la mayoría de los cargos electos.
    Para el siguiente bienio de 1916-17, Rodríguez Figueroa tuvo en mente otro conjunto de prioridades, que le llevaron a trasladar la residencia familiar a Santa Cruz de Tenerife, hacia el año 1918. Ubicado su despacho en la calle Numancia de la capital tinerfeña, continuó ejerciendo el oficio de las leyes. Decualquier forma, el cambio no limitó su carrera política. Muy al contrario, fue elegido concejal del Ayuntamiento santacrucero en la convocatoria electoral de febrero de 1920. La ciudad capitalina, contexto bien diferente al medio rural generalizado de la Isla, dio al republicanismo la mayoría absoluta en la corporación, siendo Rodríguez Figueroa el segundo concejal más votado. La actividad política anterior en el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz tiene así una continuidad clara y coherente. Sin embargo, la santacrucera será su última experiencia municipal, pues no estuvo presente en la candidatura republicana de las siguientes elecciones de 1922.
    En la década de los años veinte, en plena posguerra de la I Guerra Mundial, Rodríguez Figueroa continuó desplegando su actividad incansable de viajero, abogado, escritor y poeta. La dictadura militar de Primo de Rivera probablemente actuó de incentivo a sus convicciones políticas liberales de Izquierda Republicana, aunque con las peculiaridades del republicanismo isleño. Hay coincidencia en localizar el mal estructural de España en el caciquismo y la monarquía, pero su análisis, así como el del resto de pensadores canarios divergentes, distingue en uno y otro bando a dos grupos con orígenes distintos: la oligarquía caciquil y la monárquica proveniente de los colonizadores, y la población oprimida como descendientes de los isleños conquistados. Este factor debilita la adscripción simple de estos canarios al “regeneracionismo español” o a una pretendida literatura “romántica tardía”. Hay demasiado de isleño en Rodríguez Figueroa como para olvidar que en el extenso marco de la cultura hispanoamericana se mueven variantes culturales definidas y que tampoco han desaparecido íntegramente las culturas previas. Los pensadores y escritores canarios, tras la pérdida de las últimas colonias en 1898, no aceptaron sin más la base depresiva de los regeneracionistas, porque su óptica étnica, histórica y geográfica no era coincidente. Por esto, en referencia a la guerra cubana de independencia, examina la saña discursiva española contra “unos hermanos que tenían derecho natural y humano de insurreccionarse”.
    Estos tiempos contemplan seriamente la posibilidad de romper la visión estatal uniforme, y los discursos nacionalistas y regionalistas encuentran espacio en la agenda de la política contemporánea. Ante el arraigo de los proyectos vasco, catalán y gallego, y con la figura esencial anterior de Secundino Delgado, Canarias atisba la posibilidad histórica de decidir por sí misma las políticas más convenientes a su realidad. Rodríguez Figueroa asumió que los intereses materiales isleños y la situación estratégica reclaman una intervención propia y diversa. El discurso contrapone la unidad solidaria de las Islas a la persistencia de las pautas disgregadoras y personales marcadas por los caciques, que encuentran en el Estado central el soporte fundamental de su hegemonía. La seguridad, firmeza y aspiración de los planteamientos variaron con el tiempo pero, mientras los grupos de poder se refugiaban en un conservadurismo ciego, estas mentes inquietas trabajaron en la elaboración de un discurso y proyecto autónomo canario. Uno de los encuentros artísticos promovidos por el Ateneo de La Laguna  (diciembre de 1917) incluyó la “Primera Conferencia sobre Renovación dela Política Insular”, en la que Rodríguez Figueroa realiza un análisis causal de la realidad crítica isleña y aporta un conjunto de soluciones, que confluyen en la solución política autónoma de Canarias.
    En 1929, el Partido Republicano Radical sufrió una escisión, de la que nace el Partido Republicano Radical Socialista, que Rodríguez Figueroa contribuyó a establecer en Tenerife. Con esta formación da la bienvenida a la República en 1931, y será el candidato de su organización política, que junto al Partido Socialista Obrero Español y Acción Republicana, presentará una plancha común, con el nombre de Bloque de Izquierdas. Sin embargo, no fue hasta el proceso electoral de febrero de 1936 cuando Rodríguez Figueroa experimente efectivamente la política de Estado. En concreto, su candidatura personal, bajo la rúbrica de Izquierda Republicana, y dentro del Frente Popular de Izquierdas, logró la segunda mayor votación. Luis Rodríguez Figueroa fue elegido Diputado por la circunscripción de Santa Cruz de Tenerife, en las últimas elecciones republicanas.
    La nueva etapa abierta en su vida no tuvo solución de continuidad, toda vez que los grupos de poder isleños sentenciaron su muerte, en el preciso instante en que puso su capacidad de análisis y conocimientos legales al servicio de la justicia humana y social. Hasta los grandes propietarios de La Gomera supieron de su compromiso con el oprimido, cuando fue uno de los abogados defensores de los gomeros y gomeras de Hermigua, encausados militarmente por pedir trabajo mediante una huelga general (junio de 1934).
    El pronunciamiento militar facilitó el momento de confusión propicio para hacerlo desaparecer entre brumas de versiones oficiales y extraoficiales. El 14 de julio, el Diputado de Izquierda Republicana, Luis Rodríguez Figueroa, embarcó en el vapor Isla de Tenerife, con dirección a Cádiz, para continuar viaje por carretera hasta Madrid, donde se reincorporaría a las tareas parlamentarias. Sin embargo, a su llegada, los insurrectos ya habían tomado el control de la ciudad gaditana, y procedieron a su apresamiento, tan pronto fue identificado. A partir de aquí, y a día de hoy, siguen siendo variables las informaciones. Lo cierto es que la familia no volvió a verlo desde su partida de la Isla. Las diferentes versiones apuntan a que permaneció en distintas prisiones, hasta que fue trasladado a Tenerife y eliminado en el mes octubre. Su hijo Guetón fue también capturado, encarcelado y asesinado. El resto de la familia sufrió la expulsión de su casa lagunera, que fue saqueada y expropiada por el régimen franquista.
Represión pos mortem, por masón
   El Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo del nuevo régimen prestó una extraordinaria atención a los antecedentes masónicos de Luis Rodríguez Figueroa. La Institución franquista exprimió el delito todo lo que pudo y el proceso se prolongó de forma absurda, por estar ya muerto el procesado.
    Luis Rodríguez Figueroa había solicitado, el 16 de diciembre de 1897, su admisión a la logia Añaza, nº 125 de Santa Cruz de Tenerife, perteneciente en aquellas fechas a la obediencia del Grande Oriente Ibérico. Inmediatamente, los “hermanos aplomadores” procedieron a indagar sobre su conducta pública y privada, llegando a una decisión positiva, en la que se destacaron entre otros aspectos “sus relevantes prendas morales y su educación exquisita”, así como “su aplicación al estudio y [el ser] cariñoso para la familia y amigos”. Diez días después fue iniciado y adoptó el nombre simbólico de Tirteo, fiel a su admiración por el mundo clásico. Al año siguiente (23 de noviembre), se le exaltó al grado 2º, para finalmente alcanzar el grado 3º (maestro masón) el 10 de enero de 1902. La nueva obediencia del Grande Oriente Español extiende el correspondiente certificado el 17 de noviembre de 1903. En el verano de 1910 causó baja de la logia por falta de asistencia y pago.
    A pesar de que las máximas autoridades franquistas no alcanzaron a “concretar la personalidad masónica” más allá de lo expuesto, el hecho de que no había presentado la preceptiva “declaración de retractación” y de que no compareciera a la citación judicial del 2 de junio de 1943, a las diez y media de la mañana (estaba muerto) fue suficiente para que el juzgado nº 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo instruyera el sumario 206/1943 (tras años de investigación) y sentenciara, el 21 de enero de 1944, a la pena de doce años y un día de prisión menor al “procesado rebelde”, Luis Rodríguez Figueroa, simbólico Tirteo, por un “delito consumado de masonería”. El procesado quedaba además inhabilitado de forma absoluta y perpetua para “el ejercicio de cualquier cargo del estado, corporaciones públicas u oficiales, entidades subvencionadas, empresas concesionarias, gerencias y consejos de administración de empresas privadas, así como cargos de confianza, mando y dirección de los mismos”.
    Ignorancia, incompetencia o perfecta y calculada intencionalidad de extender la guerra en el tiempo, hizo que la familia fuera víctima prolongada de la represión pos mortem. En pleno conflicto bélico sufrieron el expolio y la expropiación de la casa familiar; en enero de 1938, la Comisión Provincial de Incautación de Bienes de Santa Cruz de Tenerife sancionó a Rodríguez Figueroa con quinientas mil pesetas; el juzgado nº 3 “notifica” a Luis Rodríguez Figueroa por telegrama la citación judicial del 2 de junio; el 18 de junio, su hija Rosalva se dirige al citado juzgado e informa que su padre está desaparecido desde el 14 de julio de 1936; ese mismo día, el Gobierno Civil ordena la conducción del “recluso” a “una de las prisiones de esa capital” (Madrid), a disposición del juzgado especial… La acción legal contra Rodríguez Figueroa puede ser considerada indefinida, pues las autoridades franquistas no reconocieron nunca su muerte. El “paradero desconocido”, reiterado en la documentación judicial a lo largo de los años, eternizó al inculpado en rebeldía.
Actividad literaria
    La incansable actividad social de Luis Rodríguez Figueroa fue paralela a una prolífica e intensa producción literaria: poesía, narrativa, escritos políticos, mitológicos, legales… La mayor parte de sus escritos, abundantes y dispersos, fue vertida en diversas publicaciones y colaboraciones periodísticas. Desde finales del siglo XIX, colaboró con artículos y poesías en distintos periódicos como El IdealIriarte o El Regionalista y, de forma particular, en La Palestra, fundado en 1899. En la década de los veinte del siglo XX, fue singular su presencia escrita enLa Prensa y La Tarde. De cualquier forma, todo giró en torno a unos jóvenes escritores, con importantes inquietudes y, sobre todo, posibilidades de acceso educativo y cultural, que procuraban transmitir las esencias más liberales del pensamiento. Con frecuencia, Rodríguez Figueroa empleaba el seudónimo Guillón Barrús, cuya rúbrica se hizo popular en sus valientes artículos sobre política y crítica literaria y social, y que en lo sucesivo alternó con el nombre propio.
    La crítica literaria captó también la atención de Rodriguez Figueroa. Con paralela precocidad al periodismo, aportó producción y reflexión a revistas literarias como Vida Nueva,Gente Nueva y Hespérides. Ante todo, es de reseñar la revistaCastalia, fundada por Ildefonso Maffiote –ilustre escritor tinerfeño de la época– y él mismo, en el año 1917. Este semanario tuvo la participación de los más destacados poetas de Canarias, desde Manuel Verdugo a Tomás Morales, y publicó los primeros versos de Agustín Espinosa. Desde esta tribuna, y desde cualquiera que escribía, tuvo un ímpetu distinguido por poner en contacto a escritores de distintas islas y, cuando era posible, de procedencias exteriores. Las tertulias, encuentros y reuniones suponían el aprovechamiento de cualquier actividad a favor de un mayor conocimiento, intercambio y difusión de la labor creativa de otros canarios, y de tendencias de pensamiento de rango universal.
    Rodríguez Figueroa no sólo dejó constancia periodística, poética y crítica de la labor literaria; más aún, experimentó también en el terreno de la narrativa. La obra El Cacique, escrita en los últimos años del siglo XIX y publicada en 1901, es un documento que ha atraído a analistas literarios e historiadores. Lo escrito sobre ella suele destacar la debilidad e inconsistencia técnica de la novela. Sin embargo, el potencial histórico informativo del documento se inserta en los más actuales debates de las principales universidades del mundo sobre teoría de la historia y novela histórica, y todo apunta a la confirmación de su valor histórico informativo.
    El Cacique, firmada por el batallador Guillón Barrús, nos cuenta una más que probable historia de los alrededores de Puerto de la Cruz, entonces pequeño pueblo rural y costero. Rodríguez Figueroa ofrece un análisis de la sociedad caciquil de su entorno, en el que se contraponen claramente dos grupos sociales isleños, representados por el cacique/alcalde, “que llevaba en sus venas el influjo violento del bando conquistador, la desmedida satiriasis de los aventureros castellanos… viciado por los tradicionalismos de abolengo y soterrado en los más bajos niveles del espíritu”, y el medianero de una pequeña finca, del que “se decía que era uno de los poquísimos descendientes de los guanches que supervivieron a la conquista del terruño”, portador de las mejores virtudes humanas. En síntesis evidente, uno simboliza la oligarquía reaccionaria y conservadora y el otro a la mayoría indefensa y oprimida de la población, para añadir un tercer personaje que, al modo del propio autor, se erige en protector legal de los segundos. Por supuesto, éste es republicano y expresa los atropellos del cacique, mediante un sentido definido y comprometido de la justicia humana y social.
    En 1915, sale a la luz una novela a escote, Máxima culpa, firmada conjuntamente por Rodríguez Figueroa y los escritores tinerfeños más conocidos del momento, habituales contertulios y colaboradores de la revista Castalia: Domingo Cabrera Cruz, Diego Crosa, Ramón Gil Roldán, Ildefonso Maffiote, Leoncio Rodríguez, Manuel Verdugo y otros. Las obras señaladas fueron sus dos únicas incursiones conocidas en el ámbito novelístico.
    Como adelantamos, la poesía, junto al periodismo en forma de artículos constituyen el hilo conductor de su producción literaria. Los inicios poéticos de Preludios (1898) trazan la trayectoria lírica a seguir, tanto desde el punto de vista formal como temático. Los poemas de índole personal y afectivo presentan, como era de esperar, el dominio de la lírica amorosa, que permanecerá a lo largo de su actividad poética. Esta lírica amorosa inicial será la misma raíz de la que surjan los temas dedicados a la tierra, al sentir popular y a la exaltación emocionada del paisaje canario y de las pervivencias pre-coloniales. No olvidemos que Rodríguez Figueroa, perfectamente al día de la intelectualidad del momento, conoció con gran probabilidad los trabajos etnográficos de Bethencourt Alfonso, los escritos de Nicolás Estévanez y la sinceridad literaria de Secundino Delgado, hasta entonces inédita en la historia canaria. Sin duda, de esta segunda tendencia nace la permanente inquietud del poeta por la temática social, primero en defensa de los derechos del ser humano y de los marginados sociales, y posteriormente con una positiva actitud transformadora de una sociedad injusta, que produjo una poesía marcadamente cívica y política. Expectativas éstas que contaron con una notable base inspirada en la antigua civilización helénica, localizada en estos inicios poéticos (Venus Adorata, 1902) y en numerosos matices de la vida de Rodríguez Figueroa, fundador de la clasicista y mitológica revista Castalia.
    Los primeros años del siglo XX coinciden con un intenso peregrinaje del autor por las Islas y fuera de ellas. El enriquecimiento de tales experiencias está reflejado literariamente en un mayor dominio de la expresión y perfeccionamiento del lenguaje (importancia del modernismo hispanoamericano), que no supone en absoluto una ruptura de las tendencias anunciadas en los comienzos. Su fecundidad literaria encontró alimento inagotable en un impecable espíritu combativo, que le permitió componer odas elocuentes de contenido ideológico, histórico y/o legendario. El Ateneo de La Laguna fue marco recurrente de numerosas fiestas y encuentros de arte, celebrados desde el primer cuarto de siglo. Destaca la fiesta de Los Menceyes, del 12 de septiembre de 1919, con la intervención de conferenciantes liberales canarios y, por supuesto, del habitual círculo poético del momento: Diego Crosa, J.M. Tabares Bartlett, Domingo J. Manrique, J. Hernández Amador, Manuel Verdugo, Ramón Gil Roldán, etc. Rodríguez Figueroa recita uno de los más significativos poemas de esta generación “El Mencey de Arautapala”. Junto a “El Hombre de la Tribu”, constituye la inmejorable aportación lírica del portuense al anhelo de estos intelectuales de superar la fragmentación insular y vertebrar un futuro autónomo, a partir de elementos de identidad e historia comunes.
    En opinión de algunos autores, lo señalado anteriormente imposibilita la mera adscripción de estos pensadores y escritores isleños al movimiento regeneracionista español. Los máximos exponentes del 98 estaban atenazados por la historia imperial y el problema contemporáneo de España. Sin embargo, los canarios fueron libres en cierta manera de abrazar con plenitud el movimiento universal del modernismo, y recoger su más pura esencia peregrinante, universal y cosmopolita. Este grupo isleño no puede ser tampoco etiquetado, sin más, de “tardío” respecto al romanticismo europeo. Los románticos europeos soñaban un mundo lejano a su realidad, frecuentemente medieval, no compartido por canarios y americanos, puesto que éstos tenían otras referencias históricas y, sobre todo, vivían de por sí en tierras imaginadas exóticas por los europeos. No es conveniente que modernismo y regeneracionismo sean entendidos como la misma cosa. El primero fijó en todas las jóvenes literaturas criollas de la lengua castellana la imagen nueva de la nacionalidad literaria de sus pueblos. El contemporáneo Nicolás Estévanez lo distinguió bien, al leer los versos de Rodríguez Figueroa y afirmar que “es el poeta de lo porvenir, pues se ríe de las antiguallas”. En otra parte, sentenció: “El modernismo lírico ha llegado al Puerto de la Cruz”.
    La música del mar pone soporte y ambiente a las nostalgias del amor y a los nuevos poemas incluidos en Nazir (1925). Se considera éste el fin de una época bien definida en la creación poética de Rodríguez Figueroa. Bien sea la muerte de su esposa por esos años, bien la intensificación de la vida política y del conflicto social, lo cierto es que el poeta volcará sus ímpetus creativos, presentes ya en los inicios, en la poesía civil o política. Su última obra publicada como libro, Las Banderas dela Democracia (1935), acumula la experiencia de una larga carrera y práctica del derecho, la política y la literatura, marcada de forma decisiva por sus convicciones progresistas. Así se presentan gran parte de los sonetos dedicados a los hitos históricos, motores de  transformaciones sociales, como la democracia y la lucha por la implantación de los derechos humanos (entonces, aún del hombre). Una reflexión lírica sobre la historia y la teoría de las ideas democráticas y revolucionarias, desde la época clásica, pasando por la revolución francesa y la rusa, esta última obviamente de mayor actualidad. Se trata de un canto al proceso histórico del establecimiento de la democracia, pleno de pasión social y política, de convicciones profundas y de confianza en el triunfo de la justicia y de las libertades públicas. En efecto, Las Banderas de la Democracia marcan una línea evidente respecto a Nazir, protagonizada por el resurgir de la dimensión socialmente más combativa del poeta, a escasa distancia temporal de su trágica desaparición física

martes, 14 de julio de 2015

historias de rojos en la Palma

Floreal Rodríguez Rodríguez. S/C de La Palma, 1910- Pinar de Fuencaliente, 1936-37. Tabaquero, hijo de Silvestre y Antonia. Miembro del Partido Comunista, directivo de Radio Comunista, colaborador de José Miguel Pérez , Secretario de la Unión de Torcedores de la Federación de Trabajadores de La Palma, redactor de “Espartaco” y de “Mundo Obrero”. Fue uno de “Los Trece de Fuencaliente”, asesinado (a los 26 años) y enterrado en las inmediaciones del Pino del Consuelo.




 Floreal (Florián Saturnino Eusebio) Rodríguez y Rodríguez nace en S/C de La Palma el 6 de Marzo en 1910, hijo de Silvestre Rodríguez de la Concepción, natural de San Andrés y Sauces, y de Antonia Rodríguez Guerra, de las Nieves, en el nº 6 de La Encarnación, en Santa Cruz de La Palma. Era una familia pequeña, padre, madre y una hermana, Arabia, fallecida no ha mucho, que se preocupó de guardar la memoria de su hermano Floreal, conservando fotografías y algunos papeles. La triste suerte de su hermano hizo que Arabia Rodríguez se comprometiera además a recabar y conservar información, fotografías en particular, de los demás compañeros de infortunio de su hermano, o sea, de “los Trece de Fuencaliente”.



Este relato, que bien pudiera titularse “Dialogo entre el Cristo del Llanto y la Virgen de Las Nieves”, se contiene en un cuadernillo “de escuela” de la época, que por su contenido fue, sin duda, un cuadernillo de notas o apuntes muy variados, con muchas citas de autores, incluido Mahoma, y algún que otro dato para su publicación en “Espartaco” Floreal fue todo un ejemplo de autodidacta: miembro de una familia humilde, trabaja desde muy joven a la vez que estudiaba, con una enorme afición por la lectura y la naturaleza: no había una excursión sin un libro. Así alcanzó una base cultural y unas cualidades para la expresión escrita poco común en personas de su ámbito socio-familiar para quienes los estudios medios y superiores eran inalcanzables. Tabaquero, se afilia muy pronto al Partido Comunista/Radio Comunista que dirigía José Miguel Pérez en La Palma llevado por su idealismo de luchar por el mejor bienestar de la humanidad, desempeñando es estas organizaciones destacados puestos dirigentes: en 1936 era el Secretario de la muy bien organizada Unión de Torcedores2 de la Federación de Trabajadores de La Palma; fue también permanente colaborador en el periódico obrerista palmero “Espartaco” y corresponsal de “Mundo Obrero”, órgano oficial del Partido Comunista de España. Al producirse la toma de La Palma por las tropas del “Canalejas” (25 de Julio de 1936) y concluir la “Semana Roja”3 , que tan duramente pagarían una parte de los palmeros, Floreal, como otros muchos miembros de los partidos izquierdistas, temiendo las represalias de los golpistas, se ocultó en las inmediaciones de su barrio, La Encarnación-El Planto, auxiliado por su familia y algunos vecinos; primero en un sobretecho, luego en una carbonera (donde escribió el relato que aquí se publica) y luego, pasado escondido en una paca de hierba, a un “encanutado” (desagüe subterráneo de una finca). Imagínese el lector en qué condiciones tuvo que vivir. Su madre recibió en su propia casa palizas propinadas por un guardia civil de triste recuerdo y cuyo apellido se asemeja al vocablo “matasanos” con el fin de que delatara dónde estaba su hijo. Nunca lo dijo. Floreal determinó marcharse al monte junto a sus compañeros, los “alzados” (¿?), uniéndose a la mal llamada por los facciosos «Partida del Tintorero» (Miguel Hernández Hernández) con los que convivió unos meses, hasta caer en una emboscada (Octubre-Noviembre del 36) en el Roque/Cueva de La Calabaza (montes de Las Nieves) denunciados por algunos vecinos de Velhoco. Fueron detenidos once: Miguel Hernández Hernández «El Tintorero», de Argual, que por enfrentarse a sus verdugos fue apaleado y castrado antes de ser asesinado, Floreal Rodríguez Rodríguez (26 años), Víctor Ferraz Armas, ambos de S/C de La Palma, Sabino Pérez García, de Velhoco, Dionisio Hernández Hernández, de Puntallana, Vidal Felipe Hernández (no estaba en el monte, detenido en Mazo por llevar comida a un familiar, tenía 17 años), Antonio Hernández Guerra, Eustaquio Rodríguez Cabrera, ambos de Puntallana, Manuel Camacho Lorenzo, de Tazacorte, Dionisio Hernández Cabrera y Aniceto Rodrí- guez Pérez (24 años), los dos de Puntallana otros dos pudieron escapar, Francisco Brito, «Desgracia» y Antonino Pérez, cabrero de Velhoco que, tiempo después, contaron los hechos. Los bajaron a pie y amarrados por la Cuesta de El Planto/La Encarnación como «trofeos de guerra». Según versión de algunos vecinos, al pasar por delante de la casa de Floreal Rodríguez (La Encarnación, 8), llamaron a su madre y hermana para que lo vieran, y uno de los fascistas le dijo a ambas: «¡Mírenlo bien que es la última vez que lo van a ver!». La madre de Floreal jamás volvió a pisar la calle mientras vivió y ambas mujeres, doña Antonia y Arabia Rodríguez, vistieron de luto hasta su muerte. Estos once detenidos fueron encarcelados en los calabozos del Cuartel de Infantería, sito entonces en la Plaza de San Francisco, prácticamente incomunicados y sometidos a permanentes palizas propinadas para que «cantaran», lo que se realizaba, por lo general, en el Castillo de Santa Catalina o “Castillete”, entonces guarnicióncalabozos y con pocos vecinos en sus cercanías. En fecha no muy conocida, a finales de 1936 o principios de 1937, estos once presos, a los que se sumaron dos más, Segundo Rodríguez Pérez, hermano de Aniceto, y Ángel Hernández Hernández, detenidos por llevar comida a sus familiares  fueron sacados de los calabozos del cuartel de San Francisco en dos noches consecutivas, en las que sorpresivamente se produjo un “apagón general” en toda S/C de La Palma, trasladándolos por el camino de La Dehesa en lugar de las calles de la ciudad (no querían que les viesen atravesar Santa Cruz de La Palma) hacia su terrible destino en los pinares de Fuencaliente; fueron Los Trece de Fuencaliente.



REPRODUCCIÓN LITERAL DEL ÚLTIMO RELATO DE FLOREAL RODRÍGUEZ I «—¿Hablo con María de Las Nieves?... Aquí San Pedro. No te alarmes, María. No es costumbre en mí servirme del teléfono, pues bien sabes que me dan de cara todas esas extravagancias cuyo conjunto llama la gente —no sé porqué razón— “Progreso”; pero es el caso que, aún a mí pesar, he de faltar a mi hábito utilizando estos hilos para decirte algo que es preciso sepas cuanto antes No, no. Repito, que la cosa no es como para volvernos locos; aunque si puede ser motivo de incontables y tremendos inconvenientes. Verás: han llegado hasta mí rumores bastante desfavorables acerca de tu colaboración con esa gente española en cambiar las cosas en España de acuerdo con su manera de ser y sus despreciables intereses (Esto de despreciables es por si alguien está oyendo…) Escucha. Si, ya sé que tu colaboración no es voluntaria y que por motivos que no es preciso traer a colación, te ves en la necesidad dolorosa de acceder a sus caprichos y conveniencias que, dicho sea de paso, nada favorecen a nuestra religión, aunque sí a nuestra Iglesia… Pero… Si, María; es muy razonable cuanto me dices pero es absolutamente preciso hacer comprender a todos estos señores cuyas pretensiones parecen que no reconocen límites, que puesto que exigen de nosotros una contribución que nos hace que pongan en entredicho ante nuestros fieles más sinceros (y, lo peor, ante los que no son fieles) todos los grandísimos inconvenientes que nos acarrean con sus descomunales pretensiones. Y perdona que no escuche tus razonadas observaciones; pero no puedo continuar porque será demasiado costosa esta conferencia y no disponemos de… Mucha suerte por ahí y andad con pies de plomo que los tiempos no son para menos.



—Mira, amigo del Llanto, no vengas tú también a descargar sobre mí tus acusaciones. Tengo bastante, me parece, con el repertorio que me soltó por teléfono San Pedro hace unos días. —Perdona, amiga María. No sabía que el Santo Pedro te hubiera hablado del particular y me satisface esta coincidencia, que robustece y presta autoridad a mis opiniones. Pero… ¿Dices que por teléfono? —¡Por teléfono y todo!  Se excusó diciendo que le dan de cara todos esos chismes del progreso; pero muy bien que advertí satisfacción, y creo que me hubiera predicado su media horita si no es por el costo de la conferencia; en cuanto a mí, confieso que no me disgusta. —Nuestro papel —permitid que vuelva a mi discurso— me está pareciendo bastante ridículo, María. Bien sabes que hacía mucho tiempo que no veía el sol. Se excusan diciendo que como soy tan grande…Lo que no sabía yo que fuese delito ser grande. En fin, dejemos mi figura pugilística… Preciso es que, este tiempo que vamos a estar juntos lo aprovechemos en hablar de nuestros comunes intereses, más amenazados desgraciadamente, de lo que nos podemos suponer  —Me resigno a escucharte, amigo del Llanto. Pero oye este ruego y tenlo en cuenta: pluraliza un poco… por que no voy a ser yo la cenicienta. —Si no trato de acusarte, amiga María de Las Nieves. Si alguna vez lo parece, no es mi intención, yo sólo quiero decirte lo que pienso y escuchar tu autorizada opinión acerca de ello. Aunque vivo olvidado de todos —y no me lamento— conozco algo de lo que sucede en España y tengo noticias respecto de algunas conductas. —Te rogaría no hicieses alusiones, pues nada hay que nos impida ser claros entre nosotros. —No puedo ser más claro, mi buena María, pues si bien sé que hay entre nuestros “fieles” mucha conciencia tenebrosa, no podría señalar cuál de éstos son sus” propietarios”. Pero, amiga, hemos de aceptar la verdad tal cual ella es y reconocer —aunque sea duro— que la devoción de nuestros fieles por dinero y sus ansias de poder en este sucio mundo —y pedimos a Dios que califique así su obra— está en ellos mucho más desarrollada que su devoción cristiana y sus deseos de alcanzar el bienestar en la otra vida… —Mí querido amigo del Llanto: sin duda tienes toda la razón; pero a falta de plata, hemos de aceptar el cobre. Son de cobre ordinario nuestros fieles, pero no los tenemos mejores y ellos son nuestros sostenedores —amigo— por conveniencia unos, por ignorancia los menos; por adular a los primeros, una buena cantidad y bastantes por parecer gente “bien” y aprovechar las ocasiones en que nuestra religión les ofrece ciertas ostentaciones. —Veo que tú también has observado algunas verdades y convengo sin reservas que es muy oportuno que las tengamos para nosotros. Comentando si nuestros fieles tienen sus conveniencias, sus caprichos, más o menos estúpidos, y a veces inconfesables, no diré que me opongo a servirles en todo lo que podamos y sea razonable, pero sí es muy justo que exijamos a nuestra vez una lógica y justa reciprocidad —alguna justificación de su parte—. Nuestro Santo Pedro ha dicho en síntesis —según me han contado— que realicemos una política habilidosa —que “cubra las apariencias”, digámoslo así—. Y esta es también concretamente mi idea. Bien sabes que los peores enemigos de una doctrina cualquiera no son los que la combaten sino aquellos que, llamándose sus defensores, la adulteran y falsifican, proporcionando al enemigo los perores argumentos que contra esa doctrina puedan esgrimirse y, si hemos de ser sinceros, hay que confesar que nuestros peores enemigos se encuentran en nuestro propio campo. Pero, amigo del Llanto —o del Planto, como el vulgo se empeña en llamarte—, ¿crees tú que adelantamos algo de esta manera? Más práctico me parece que estudiemos y elaboremos nuestro plan de defensa, esforzándonos en hacerle comprender anuestros exigentes fieles la necesidad de aceptarlos explicándoles la conveniencia general de ello. —Muy fuerte, María, pero esa es tarea que sale de nuestras competencias. —Esta necesidad iba a exponérsela a nuestro Santo Pedro cuando soltó su teléfono alegando motivos económicos. —Sin embargo María, es urgentísimo que, en la primera ocasión, planteemos la cuestión en toda su realidad. Tú, que eres muy visitada y cuentas con muchos devotos por tus bondades, habrás tenido infinitas oportunidades de ver entre estos a bastantes individuos no muy dignos de ti y algunos cuyas fortunas cuentan en su formación con el sacrificio de víctimas inocentes. María… hay riquezas cimentadas sobre crímenes —son las más— y que para crecer necesitan víctimas como el militar necesita soldados que enviar a la muerte para lograr ascenso rápidos…En este paseo que me han dado desde mi ermita hasta esta tu casa, he sentido asco de muchísimos de mis acompañantes y si no fuera por este tiempo que hemos estado reunidos hubiera deseado me dejasen tranquilo en mi soledad que siempre es mejor estar solo que con una compañía como la que tuvo Cristo en el monte del Calvario… —¡Caramba, cruel con nuestros fieles…! —Te equivocas, María. Podría demostrarte fácilmente que los crueles son ellos para con nosotros. La gente que trabaja y sufre vé con malos ojos —lo sé muy bien— nuestra abierta contribución a la consecución de ciertos inconfesables propósitos, de nuestros falsos fieles. —Sabes, amiga, que cuando al populacho cejijunto se le escarrancha una idea encima de las cejas la cosa no es como para estar muy tranquilo. Y, por desgracia para nosotros, mucho me equivoco o esa idea que yo tengo se ha clavado ya… —Eres un pesimista crónico, amigo del Llanto. —Mejor sería que no fuera así, pero comprobarás con dolor que soy, por el contrario, un realista y que es la misma evidencia lo que estoy diciendo. Te cuentas muy segura. Sin embargo quizá no seas de las últimas víctimas. Tus devotos te han proporcionado un buen número de enemigos invocándote, como protectora de sus más despreciables propósitos y no me sorprendería nada que parte de su culpas las cobraran sus enemigos en ti, con la intención de hacerles daño a ellos. He aquí lo que constituye —a mi parecer— la crueldad de nuestros fieles para con nosotros. ¿Te parece que soy injusto? —No te falta razón, pero hay que guardar las apariencias— como aconseja Pedro— y contemplar a nuestros amigos. ¿Que son por conveniencia? Ya lo sé. Ohhh… Ohhh… Envuelto en los olores de las dovatas perfumadas llega un gigantesco de rezos que se repiten. Oigo ese sordo ruido característico de un gentío que marcha lentamente. Es la Virgen de Las Nieves que la llevan de regreso en su viaje de rogativa por la victoria que su poder divino no logró. ¡Ya me parecía algo raro que San Pedro hablara por teléfono! (Cuidado, que se le ocurren a uno extravagancias cuando sueña) Y mientras la infinita devoción de sus fieles conducen a la “negrita” con todos los honores y cuidados a su templo, alejándose, yo me quedo pensando: “Más de cuatro de esos, si supieran que estoy aquí, a dos metros de ellos, ¡con cuanta alegría dejarían su virgen y sus rezos para venir a atraparme con fines “muy cristianos”! Y siento…». Concluye aquí el relato de Floreal Rodríguez Pérez, cuyo original escrito a lápiz conserva su familia.

lunes, 13 de julio de 2015

Las falsas mentiras del regimen

Si hablamos de cifras, Ramiro Rivas sostiene que hablamos de unos 30.000 detenidos, de los que unos 10.000 fueron gubernativos, unos 8.000 fueron condenados en consejo de guerra, casi 10.000 fueron condenados por el Tribunal de Responsabilidades Políticas; donde muchos tenían más de una causa abierta, en lo que además supuso una transmutación importante de riqueza, ya que nadie puede negar a estas alturas que ocurrió un auténtico latrocinio.
Hasta 1950 hubo casi 20.000 exiliados. Por testimonios orales contrastados y muy fiables, las víctimas mortales de la guerra civil duplican estas cifras; pero las cifras oficiales: 125 en plena guerra y 3.000 asesinados. Con todos estos datos, el historiador se pregunta ¿cómo se continúa afirmando que no hubo guerra en las islas?










El timo de la transición Años ha, ¿se acuerdan?, se nos explicó aquel cuento que decía que la transición era el único pacto posible para llegar a la democracia. Ahora ya sabemos que aquel acuerdo no fue más que un timo, una maniobra para evitar la justicia y absolver a los responsables. Después del apartheid se estableció en Sudáfrica la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que logró restablecer la memoria y hacer justicia, dos premisas básicas para que una sociedad pueda volver a ser libre. España optó por la vía inversa. Escondió su pasado siniestro debajo de la alfombra y humilló a las víctimas de la dictadura con el peor castigo que existe: el olvido. Toda una literatura muy orquestada, en forma de películas, libros aplaudidos y discursos caducos, ha querido convencernos de que la transición fue ejemplar. Pero bien entrado el siglo XXI las heridas que nos dijeron que se habían cerrado para siempre no solamente siguen abiertas sino que se han infectado gravemente. Muestra de ello es lo que sucedió hace escasos meses, en el Congreso de los Diputados. Una inofensiva proposición no de ley que instaba a convertir el 18 de julio en el día de la condena de la dictadura franquista fue tumbada, cómo no, con los votos del PP, el partido que tuvo como presidente de honor a un franquista miembro de los Consejos de Ministros donde regularmente se decidía la ejecución de gente inocente y que murió, fiel al espíritu de la transición, con todos los honores. El resultado es que flota en el ambiente una idea enfermiza según la cual el franquismo fue en realidad una dictablanda. Los que fueron encarcelados, torturados o perseguidos por sus ideas asisten perplejos a una segunda y terrible condena. Porque lo que en realidad quieren los descendientes de los ganadores de la guerra civil es volver a ganarla hasta el fin de los tiempos. Como dijo aquel, pero al revés: españoles, Franco no ha muerto.