Sólo cuando estás bien contigo mismo, puedes estar bien con los demás; sólo cuando manejas la soledad, puedes manejar una relación.
Necesitas valorarte para valorar, quererte para querer, respetarte para respetar y aceptarte para aceptar, ya que nadie puede dar lo que no tiene dentro de sí.
Ninguna relación te dará la paz que tú mismo no hayas creado en tu interior. Ninguna relación te dará la felicidad que tú mismo no construyas.
Sólo podrás ser feliz con otra persona, cuando seas consciente de que eres feliz incluso cuando no está a tu lado. Sólo podrás amar siendo independiente, sin tener que manejar ni manipular a los que dices querer.
Para amar necesitas una humilde autosuficiencia, necesitas una autoestima equilibrada y la práctica de una libertad responsable.
Pretender que la otra persona nos haga felices y llene todas nuestras expectativas es sólo una fantasía narcisista que sólo trae frustraciones.
La admiración es la capacidad de asombro que manifestamos ante el éxito de los demás. La envidia es el dolor profundo que nos corroe y enferma ante el triunfo ajeno.
La admiración es la facultad superior que solamente poseen quienes aprenden de los triunfadores. La envidia es la característica principal de los soberbios y constante permanente de los mediocres.
La admiración es el requisito indispensable para disfrutar de las manifestaciones de la creación. La envidia en cambio, siempre observa aquello que invalida la perfección espontánea.
La admiración es el éxtasis sublime ante lo desconocido, sentimiento que alimenta al descubridor y alienta al investigador. La envidia lo explica todo con una simplicidad aberrante y con una lógica sin sentido.
La admiración aprecia el esfuerzo y la tenacidad sincera. La envidia descalifica el sacrificio y la entrega, justificando el éxito como producto de la casualidad o la buena suerte.
La admiración estimula al líder para aprender, emular, luchar, lo reta, lo anima, lo ennoblece. Para los mediocres, la envidia es la fuente principal para resentirse, vengarse, justificarse, y encerrarse en sí mismos.
El líder de excelencia se admira al contemplar el crecimiento de sus seguidores, y ve justificados sus esfuerzos por transmitir sabiduría. En cambio, el envidioso esconde en lo más hondo de sus conocimientos y le duele profundamente que lo superen sus subordinados.
El líder de excelencia está consciente que su grandeza radica en su capacidad de desarrollar seres superiores, sabe que en su capacidad de asombro está su crecimiento infinito, está consciente que es una facultad natural que todo ser humano posee al nacer y se esfuerza por mantenerla toda la vida.
Y una de esas noches, que aquí en esta parte del planeta, como es una encrucijada, se cruza ese frío, tan húmedo, se enfrían las extremidades, a pesar de estar abrigado.
Pero algo está caliente, una máquina que no para, dicen que es el corazón, pero es tu sentir.
Sentir esa parte de nuestro ser, donde habita el Yin y Yang al mismo tiempo, el "demonio y el mismo Dios".
Hay días cálidos a pesar de las condiciones adversas del exterior, tú interior es un eterno " clima tropical " agradable, en concordancia, como si fuera un coreografía perfectamente, dirigida.
Sentimientos, que se cruzan en recuerdos, totalmente enfrentados, totalmente prohibidos, totalmente coordinados de tiempos marcados a fuego en tú alma, con bellas sinfonías de momentos pletóricos puntuales.
Es curioso que de vez en cuando, a mí particularmente por ser como soy mis momentos cuando vienen a mí actualidad, no son de dolor, son de felicidad, puntual.
Reveses, la vida te da cal y arena. Pero la cal se aflora más que la arena.
Hoy después de tan larga empresa, donde fríamente, hay más sinsabores que dulzuras, la miel aflora más que la hiel.
La vida ese puzzle, tan complejo como queramos hacerlo.
Y si realmente es un puzzle, pues se componen de muchos, momentos, tanto satisfactoriamente, como negativamente y de muchos momentos de largos espacios en blanco.
Aquel abrazo, lleno de afecto, el otro lleno de insinuaciones, el otro lleno de deseos.
La palabra dicha, que esboza una leve sonrisa o una enorme carcajada. O hiere como el acero que atraviesa el alma, dolorosamente, a veces con intención, a veces sin querer, pero con inmensos daños colaterales.
El beso lleno de intensidad, el otro lleno de pasión, el otro lleno de intensidad, el otro lleno de hermandad.