El poeta y ensayista Domingo López Torres se erige como uno de los intelectuales más notables de la literatura de entre guerras en Canarias. Su obra poética surca una travesía que, tras algunos escarceos tardomodernistas, navega por mares de tormenta desde las corrientes veintisietistas hasta el surrealismo. Pero es, sin duda, su vertiente crítica la que lo encumbra como referente esencial de los postulados surrealistas, al ser uno de sus difusores más incondicionales.
La escritura lírica de Domingo López Torres se movió entre la estética veintisietista y el torrente surrealista. Comenzó escribiendo versos de corte tardomodernista en el semanario Hespérides y en el periódico El Progreso. Posteriormente, en Cartones, de la que solo aparece un número en junio de 1930, publica dos poemas de su plaquette inédita Diario de un sol de verano (1929). En este poemario nos ofrece instantáneas del mar en su constante metamorfosis; el mar, más que un tema e, incluso, más que un eterno elemento simbólico, es un horizonte que marca una forma de mirar o, más bien, de contemplar y enfrentarse a la vida y al mundo. Junto a este valor contemplativo del arte poético, comparte López Torres con sus compañeros generacionales rasgos como la búsqueda de un imaginario insular insuflado de valores plásticos, la convergencia de elementos universalmente simbólicos en el espacio insular o, también, signos estéticos modernos como la abstracción y la depuración.
A partir de 1932 su radicalidad lírica se plasma en poemas que, poco a poco, van abrazando con mayor y virulenta consistencia los planteamientos creativos surrealistas. El punto culminante de su compromiso ético y estético con el ideario bretoniano cristalizará en Lo imprevisto (redactado en 1936), uno de los poemarios esenciales en el marco surrealista. El dramatismo que surca todos los poemas de esta obra –reflejo, también, de las dramáticas circunstancias en que fue concebida-, encuentra dos de sus formas de expresión en la presencia de elementos metálicos y puntiagudos (que ya aparecen en la portada que Luis Ortiz Rosales realiza para Lo imprevisto) y en la deformada visión –huida hacia el fondo- de la realidad. La libertad creativa que López Torres ofrece en los seis poemas de este libro-objeto contrasta con la situación de presidió en la que el poeta se encontraba. Desde la óptica surrealista serán existencialmente trascendidos temas como la sexualidad –con el asesinato erótico como variante en alguna de sus composiciones−, la soledad, la hediondez y lo putrefacto. Será una suerte de transitoriedad metafórica, simbólicamente concretada en un elemento como la nube, la que permita a López Torres lograr un equilibrio entre lo exterior y su dinamismo interior. Esto se verá reflejado en poemas llenos de asociaciones insólitas y versos descoyuntados sintácticamente que, expresivamente, muestran esa distanciada percepción de lo cotidiano que el poeta persigue.
ENSAYO
Como ya hemos mencionado, es a partir de 1930 cuando comienza el diálogo entre el poeta y el crítico, pues a pesar de que López Torres no deja de dialogar en y con la palabra poética, es ahora cuando comienza a publicar en la prensa periódica diferentes artículos; el primero de ellos sale en Altavoz, publicación dirigida por su amigo Pedro García Cabrera. En muchos de estos trazos críticos podemos encontrar lazos de unión entre la reflexión y la creación poética, en sintonía con la peculiar manera que autores como él mismo y, sobre todo, Agustín Espinosa, tenían de afrontar la crítica literaria en particular y la artística en general. No hemos de olvidar que por esta época López Torres se encuentra ligado a las actividades del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife junto a Pedro García Cabrera o Eduardo Westerdahl, con los que ya había establecido nexos desde Hespérides. En este ámbito ofrecerá algunas charlas sobre arte y literatura, aunque será Gaceta de Arte la tarima desde la que López Torres catapulte su visión más crítica y comprometida sobre cuestiones de actualidad de variado —y moderno— signo. Además, en la sección de La Prensa titulada «Expresión de G.A.» publicará algunos de sus ensayos más comprometidos con el surrealismo. En estos artículos sobresale desde muy pronto su agudeza intelectual, cimentada en su notable bagaje lector: la pintura –como los artículos que dedica a Juan Ismael, Servando del Pilar o Brandt-, la escultura –como en el caso del ensayo dedicado a Hans Arp- y la literatura –donde sobresalen, en el caso de la literatura insular última, los que aplauden la labor de algunos de sus compañeros generacionales-, junto con otros artículos de corte más claramente político, serán los temas recurrentes. Pero serán sus prosas críticas ligadas a la estética bretoniana las que formarán el corpus más sólido y notable de su producción; con títulos como «Surrealismo y revolución», «Psicogeología del surrealismo», «¿Qué es el surrealismo?», «El surrealismo» o «Aureola y estigma del surrealismo».
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