Decidí hacer la vereda. Vereda que en otro tiempo estaba llena de vida, cada vecino tenía sus animales, aquel olor buen olor a estiércol ( hoy me doy cuenta que aquel hedor, era salud). Los animales de aquellos tiempos no estaban tan llenos de hormonas.
Aquella vereda que en treinta o cuarenta minutos te llevaba a las tierritas. Allí con el pasos de los años habían varias bifurcaciones de caminos, todos de servicio. Veías cómo la ingeniería del hombre, había con trabajo y esfuerzo canalizar el agua, para aprovechar en menos de dos o tres kilómetros en línea en recta, tres molinos de agua, para tostar el grano molerlo y hacer el gofio.
Ese grano cultivado y sembrado en diferentes laderas, camino de las bestias, pues algunos de esas diferentes bifurcaciones, eran anchas para las bestias.
El amarillo de la vegetación, la madurez de los tunos, te hacen recordar que el verano llega a su fin.
Mirando el firmamento, con su color rojo en la caída del sol, me hacía recordar a nuestros mayores que decían sabiamente " mañana hará calor ".
Todas aquellas conversaciones, de mayores socarrones, en el atardecer y sus ilustraciones con palabras de la época vívida, pasaban al saco de la experiencia. Que luego repartían como antaño habían hecho con ellos, entre los más jóvenes. Y es que en los relatos, estaban las enseñanzas.
Sus caras curtidas de las huellas de la vida, arrugas entremezcladas en alegría y sufrimiento. Haciendo trabajos de bestias, por lo que quisiera el amo.
Seguí mi camino, observando en el camino, el nacer de un bejeque, esta planta te dice dónde hay agua.
Y es que esos maravillosos vientos alisios, dejan la humedad en la tierra. Está bendita tierra, tan agradecida.
Fui subiendo y observé las cuevas que para los habitantes de hoy eran utilizadas como resguardado de cosechas, en otro tiempo y por la circunstancia de que el agua pasaba por allí, siempre el hombre se estableció en donde el elemento vital, estuviera a su alcance.
Me paré un momento y en una jiguerilla o tabaiba, vi una oruga recordé cuando chico que buscaba una tela de araña, para coger la oruga y ver cómo la araña en su tela, la atrapaba y guardaba para su sustento vital.
Miré hacia la derecha, vi los canteros o llanos como en otras islas así se llaman, donde la tierra estaba abandonada, la vegetación los había cubierto. La trashumancia, hoy que se practica por cuatro locos aguerridos, con miles de trabas, sólo para criar animales.
En aquellos tiempos pasados, ayer prácticamente los trashumantes, empezaban a bajar desde el monte, a la costa. Pero quizás más adelante ya bien entrado octubre. Solitaria vida aquella, con zurrón a un lado, talega de gofio al otro.
Siempre recordaré, será que se me vino al recuerdo, en el silencio del camino en aquel preciso momento, los rezados de las mujeres mayores, con sus ungüentos y sus creencias muy efectivas conectadas con la naturaleza, para curarte el padrejon o las madres.
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