En 1892 creó el primer laboratorio de análisis de Canarias
Hombre de una profunda cultura que protagonizó, en una isla perdida en el Atlántico, el mundo de las humanidades y de la ciencia, Elías Santos Abreu tuvo tiempo, además, para aportar su contribución musical en la composición de partituras para danzas y loas en honor de la Virgen de las Nieves y para la Patrona de su municipio natal, Nuestra Señora de los Remedios. Esto y mucho más fue nuestro científico y hombre de artes y letras. Por acuerdo plenario de 9 de junio de 1970, el Cabildo Insular de La Palma, aprobó la creación del Aula de Cultura Elías Santos Abreu en homenaje y perpetuo recuerdo (lamentablemente, este merecido reconocimiento, sin que nadie haya puesto interés ni remedio, se ha olvidado totalmente). Hoy nos ocupa un fármaco o medicamento, la penicilina, que pudo haber cambiado, de la mano de un palmero, la historia de la humanidad antes que Alexander Fleming lo descubriera.
Elías Santos Abreu nació en 1856 en Los Llanos de Aridane y murió en Santa Cruz de La Palma en 1937. Desde edad bien temprana, mostró interés por la música: con sólo 11 años, en 1867, y hasta al menos 1874, fue componente de la Banda de Música La Filarmónica, hoy Banda Municipal de Música de Los Llanos de Aridane. La cultura y la educación ocupaba parte de su vida y lo encontramos, por ejemplo, en 1871, como profesor titular de la escuela nocturna de adultos de la sociedad cultural y recreativa El Siglo de Los Llanos de Aridane, o en 1873 como secretario de la misma. Fue, junto al lanzaroteño Blas Cabrera Felipe, también de ascendencia palmera, una de las personalidades científicas más importantes del primer tercio del siglo xx en Canarias.
Desde su ciudad natal se trasladó a La Laguna (Tenerife) para cursar estudios de bachillerato y de aquí a Sevilla, donde se licenció en medicina y cirugía, estableciéndose como médico en Santa Cruz de La Palma. Santos Abreu prefirió vivir en su tierra y ejercer la medicina domiciliaria antes que alejarse de sus gentes, como bien pudo hacer, pues no le faltaron las ofertas. En 1898 lo encontramos participando en una operación quirúrgica con la cual se daba un salto importante en la historia médica de La Palma y, según algunos, de Canarias. El periódico palmero El País, en su edición de 3 de agosto de 1898, notifica: "La primera operación de ovariotomía hecha en la isla se practicó en la villa de Los Llanos el 29 del pasado julio, por el médico titular de la misma Sr. Kábana Valcárcel, auxiliado por sus compañeros Srs. Santos Abreu, Pérez Capote y Capote Sáseta".
Su afán investigador le llevó al estudio de los insectos y las plantas con herbarios de La Palma y La Gomera. Por su trabajo Ensayo de una monografía de los Tendipédidos de las Islas Canarias obtuvo el premio Agell de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona en 1916. A partir de aquí comienza a ser conocido internacionalmente como entomólogo y continúa con sus trabajos y publicaciones. Después de tantos años del fallecimiento de Santos Abreu, sus trabajos científicos perduran y su familia sigue recibiendo correspondencia internacional solicitando información sobre algún aspecto concreto (lamentablemente, se trata en muchos casos de investigaciones inéditas y falta aún una catalogación y divulgación adecuadas a estos nuevos tiempos).
En 1892 organizó un pequeño laboratorio de análisis, el primero que se conoció en Canarias y uno de los primeros de España, destinado a estudios bacteriológicos y clínicos. En el archivo de sus investigaciones, figura el examen de cinco muestras de queso con hongos en los que encuentra el Penicillium, hallazgo este anterior al que casualmente diese la fama a Fleming en septiembre de 1928. La lejanía respecto de los grandes centros de investigación y la falta de un adecuado equipo privó a la humanidad de los beneficios de la penicilina, descubierta por nuestro médico a finales del siglo xix. La penicilina palmera no pudo ser. De nuevo, La Palma entró en la leyenda y la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. La Isla pagaría una vez más el tributo de la lejanía y de la incomunicación con los primeros centros científicos mundiales.
Mientras realizaba estudios bacteriológicos acerca de las infecciones en heridas, el médico británico Alexander Fleming (1881-1955) se topó de manera fortuita con los efectos de la penicilina. Por este extraordinario descubrimiento, base científica para la conquista terapéutica de los antibióticos, le fue concedido el premio Nobel de medicina y fisiología en 1945.
Aunque Fleming descubriera este mágico fármaco en 1928, en La Palma de los años ‘40 del siglo xx, no todas las farmacias contaban con este medicamento. Siendo aún mi madre novia de mi padre, cayó enferma de una fuerte bronquitis que por esos años era causa grave de muerte. Después de infructuosas gestiones, el joven Tomás Hernández Rodríguez se enteró que la farmacia de San Andrés y Sauces era la única de la Isla que "se despachaba" el remedio. Desde Tazacorte se trasladó al municipio norteño, por unas carreteras difíciles, en un trayecto de cerca de 100 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, a buscar el medicamento que le salvó la vida a su novia. Por esos años, la única farmacia de San Andrés y Sauces era regentada por Crispiniano de Paz González.
Estas y muchas más anécdotas se podrían contar de la implantación de la penicilina en La Palma que aportan una mínima idea de la importancia de este fármaco y su uso. Hoy en día, los nostálgicos dejamos volar libremente la mente y sólo nos consuela relatar, una y mil veces, que el aridanense Elías Santos Abreu tuvo en sus manos la fórmula que le pudo llevar al descubrimiento mundial de este remedio milagroso que llegaría a revolucionar la medicina universal de todos los tiempos.
Esta sustancia antibiótica, que se extrae de los cultivos del moho Penicillium notatum, se emplea para combatir las enfermedades causadas por microorganismos conocidos popularmente como infecciones. Del descubrimiento de A. Fleming se beneficiaron millones de combatientes en la Segunda Guerra Mundial, pero la historia universal sería otra si Santos Abreu se le hubiera adelantado y la penicilina palmera se hubiese aplicado en beneficio de los millones de soldados fallecidos en la primera Gran Guerra y de millones de enfermos que sufrieron tantos padecimientos. La leyenda y la ciencia, de la mano de Elías Santos Abreu, se convirtieron en una realidad que pudo haber sido otra, pero su nombre y su labor siguen evocando, entre los palmeros, las más altas cotas de admiración, respeto y agradecimiento.
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