miércoles, 4 de octubre de 2017

Un revolucionario canario.

Un revolucionario canario llamado Diego Barry:
El 28 de mayo de 1779 nació en El Puerto de La Cruz (Tenerife) Diego Barry. Hijo del irlandés Diego Barry O´Brien y de la tinerfeña Juana Teresa Cambreleng. Diego Barry es otro de esos canarios desconocidos, uno de tantos, gentes que brillaron con luz propia en momentos oscuros, que forman parte de ese olvido colectivo al que parecemos condenados.
Este portuense acompañó al mexicano Simón Tadeo Ortiz y a Felipe O’Reilly en el intento de lograr la independencia de Texas frente a España, para incorporarla a México. Juntos propusieron ante el Congreso Mexicano el 22 de mayo de 1822 la ocupación de ese inmenso territorio con 10.000 familias irlandesas y canarias para poblar el nuevo país con unos ideales basados en: "Impulsar la colonización para redistribuir a la población. Implantar la escuela rural, para acelerar la redención social del país. Distribuir la tierra como expresión de justicia. Ofrecer terrenos en propiedad en los baldíos más cercanos a las fronteras. Obligar a los propietarios a arrendar a colonos la tercera parte de su superficie a largo plazo, para poblar el territorio nacional. Industrializar el país para diversificar su producción. Abolir las alcabalas, para dar certidumbre y confianza. Crear instituciones de crédito y ahorro. Fomentar las exportaciones para elevar el nivel de vida de los mexicanos. Construir caminos y abrir canales, como único medio de consolidar y unir a la nación. Además legó principios de doctrina para enaltecer a la condición humana y tener siempre el interés común como preferente, aun por encima del individual. Declarar libre y gratuita la enseñanza para dignificar a todos los mexicanos. Prevenirse para contener el expansionismo de los norteamericanos y de los rusos".
El proyecto soñado simplemente quedó en eso y la aventura tejana no acabó bien, tras esa experiencia Diego Barry regresa casa, visitando también París y Londres. En octubre de 1824 España empieza a investigar sus posibles vínculos con un intento de fomentar las ansias independentistas en Canarias y las autoridades lo catalogan como un “revolucionario peligroso”, acusándolo incluso de un motín popular ocurrido la noche del 30 de mayo de 1824 en La Orotava.
Las pesquisas contra Diego Barry fueron intensas, a instancias del Secretario de Estado, Francisco Cea Bermúdez. Este contó con la ayuda de los embajadores españoles en Londres y París, el Ministerio del Interior de Francia, así como las oligarquías insulares, de la mano de la Audiencia de Canarias.
A Barry se le vinculaba con intentos de que Canarias obtuviera la independencia al estilo de otros países de América Latina y se pensaba que para esta labor podría contar con apoyo británico, por sus enormes intereses económicos en las Islas. El miedo era tan intenso que el 13 de febrero de 1826 el gobierno español ordena arrestar y formar causa contra Diego Barry.
El miedo a una posible independencia era intenso, los rumores de conspiraciones llegaban de diversos lugares como bien demostró en varios trabajos el profesor y americanista Manuel de Paz. En 1827 el nuevo Secretario de Estado español, Manuel González Salmón confesaba en una carta que “…aquellas islas (se refiere a Canarias) forman un establecimiento tan interesante para la España no tanto por lo que son en si mismas cuanto en relación a la conservación de las Islas de Cuba y Puerto Rico; y para los negocios de toda la América en general…”.
Al parecer hasta ese mismo año de 1827 Diego Barry es investigado, a pesar de que según diversos informes se dedicaba exclusivamente a sus negocios y vive una penosa situación económica. Solamente tres años más tarde moría, convertido en otro isleño incómodo y anónimo, como tantos antes y tantos después. Barry es parte de esa memoria colectiva silenciada que espera a ser conocida algún día.
Una vez liquidado el período de 1820 a 1823, una de las bases para la consolidación de la restaurada monarquía absoluta pasa por la represión de cualquier intento liberal de vuelta al constitucionalismo. Los miedos y dudas de Fernando VII, que desconfiaba de todos, pero que temía especialmente a los liberales, a los que reprimía con dureza , provocan que, en ocasiones, los rumores de una posible sublevación o un movimiento insurreccional en el interior del país mantengan en vilo a las autoridades y dicten sus actuaciones. No olvidemos que la década absolutista, u ominosa, se halla, desde el punto de vista liberal, llena de deseos de desquite, de conjuraciones y de insurrecciones, y ante su fracaso, de víctimas .
Entre los años 1824 y 1827, el gobierno fernandino dedicará no pocos esfuerzos,ma evitar que una supuesta sublevación de las Islas Canarias, dirigida y orquestada desde Londres, en aquellos momentos centro político e intelectual de una emigración liberal  preocupada en la organización de fuerzas; reuniones y planes clandestinos ,se hiciera realidad. La cabeza visible dee ste proyecto subversivo era el tinerfeño, de origen irlandés, Diego Barry, al que se tendrá bajo estrecha vigilancia durante esta época.
Las investigaciones en torno al revolucionario
Barry  y sus "designios criminales de atentar a la seguridad y reposo de las citadas islas"  se inician en octubre de 1824, a instancias de Francisco de Cea Bermúdez, y no concluirán, con claro resultado negativo, hasta diciembre de 1827. En ellas participaron los embajadores españoles en Londres y París y la Audiencia de Canarias, y se contó con la colaboración del Ministerio del Interior francés . En los primeros informes oficiales, nuestro personaje aparece ocupado, con la colaboración de un tal Lord Nugent, en hacer los preparativos desde Londres para insurreccionar las Islas Canarias. Los planes no se llevarían a cabo hasta que el gobierno británico reconociera la independencia de lo.s Estados Colombianos, bajo cuya protección se situa-rían los insurrectos canarios . Aparte de lo descabellado que puede parecer este proyecto, en ningún momento se ofrece información sobre el número de hombres que tomarían parte en él, la posible vinculación de Diego Barry con los gobiernos británico o colombiano o la forma de gobierno a establecer en el Archipiélago, una vez hubiera triunfado el movimiento de sublevación. Asimismo,no parece probable que el tinerfeño tuviera relación con los emigrantes españoles establecidos en Inglaterra.
No obstante la poca' claridad de losprimeros datos ofrecidos, el Despacho de Gracia y Justicia;con Francisco Tadeo de Calomarde a la cabeza, insistirá ante las autoridades de Canarias para que se localice a los cómplices y colaboradores con que podía contar Barry en el interior de las islas (JO). A pesar de los esfuerzos de los corregidores, alcaIdes mayores y jueces ordinarios de la provincia, se concluye que "no hay temor alguno de que en unión de Lord Nugent pueda alterar la tranquilidad en estas islas" . El regente de la Audiencia, Juan Nicolás de Undabeitia, remite un informe final a Calomarde en el que da cuenta de las averiguaciones hechas, al tiempo que expresa "el poco aprecio que merecían tales noticias". Pero la seguridad en la imposibilidad de que uria sublevación tuviera lugar que ofrece Undabeitia, no parece convencer al ministro que, por si acaso y seguro de la culpa del revolucionario, firma una real orden en 13 de febrero de 1826 por la que ordena arrestar y farmar causa a Diego Barry si se presentase en Canarias, "hallándose satisfecho el Rey N.S. del celo de V.S. y de esa Real Audiencia en la exacta ejecución de sus soberanas determinaciones" .Asimismo, se da la circunstancia de que, al tiempo que se investiga a Diego Barry, se descubre otra conspiración,esta vez proyectada desde Colombia, para dirigir sobre las Canarias una escuadra que, saliendo desde Margarita, se apoderase de alguna de las islas o de la de Madera, "con el fin de tener expedito y seguro en estos mares, las correrías insurgentes, contra nuestra nación". En esta ocasión, el autor de las maquinaciones era el eclesiástico y exdiputado a Cortes por Canarias Graciliana Afonso, emigrado a Venezuela tras la caída del sistema constitucional. Nuevamente, el regente de la Audiencia informa a Calomarde que "no existe, en opinión del Tral., tal convenio hecho en Colombia, pues de él no ha habido hasta ahora prueba, indicio, ni lo que pudiera llamarse rumor pública". La razón que explica la actitud del gobierno español e, incluso, el hecho de que aún durante 1827 se sostenga el temor a que las Islas Canarias se sustraigan de la obediencia al Rey, parece sustentarse en el importante valor estratégico del Archipiélago en relación con el mantenimiento bajo la dominación española de Cuba y Puerto Rico. En Carta a Manuel González Salmón, el Conde de Ofalia expresa, en 4 de agosto de 1827, lo que sigue:
"Sin embargo de esto, como aquellas Islas forman un establecimiento tan interesante para la España no tanto por lo que son en sí mismas cuanto en relación a la conservación de las Islas de Cuba y Puerto Rico, y para los negocios de toda la América en general; no debe dudarse que las mismas intrigas y ocultos manejos que han influido para desviar al Continente de América de la obediencia a S.M., y las mismas maquinaciones que en diferentes ocasiones se han empleado contra la Isla de Cuba; se emplearán también respecto a las Islas Canarias". Por fin, a fines de 1827, parecen resolverse  todas las dudas acerca de la conducta y actividades de Diego Barry. Un informe del Ministerio del Interior francés al Barón de Damas desmiente que Barry participe en intrigas políticas pues, asegura, se ocupa únicamente de restablecer sus propios negocios, que se encuentran en el peor de los estados. Añade, además, que frecuenta las salas de juego y que sólo mantiene relaciones habituales con ingleses desconocidos. Atrás quedan tres años de averiguaciones, en las que Barry es vinculado a numerosas actividades, aparte de la que motiva su vigilancia. En 1824 se dice que actúa en París como espía, encargado de vigilar la conducta y operaciones de un tal Hurtado. Si al año siguiente se informa que ejercía en Londres como agente del emperador mejicano Agustín de lturbide, en 1826 se le supone en Portugal como organizador de un nuevo plan ; por último, en 1827, se asegura se pasó a Cádiz, " encargado de una especulación de vinos". Incluso se le intenta vincular con una conmoción popular que tuvo lugar en La Orotava en la noche del 30 de mayo de 1824, sofocada ese mismo día . Tan necesario resultaba encontrar algún acto en el que estuviera implicado Barry y que justificara los esfuerzos dedicados a estas investigaciones  Posteriormente a diciembre de 1827, no hemos encontrado nuevos datos que hicieran suponer que en años posteriores se siguió actuando contra Barry. Lo más probable es que, ante la imposibilidad de probar la certeza de los planes de éste y, sobre todo, ante la evidencia de que no se había producido ningún ataque contra las Islas Canarias en este tiempo, las autoridades decidieran dar carpetazo al asunto. La ceguera política y la falta de miras que guían los pasos del gobierno español acabarán afectando también a la población canaria. Del 6 al 7 de noviembre de 1826 mi violento temporal de agua y viento que estalló sobre las islas provocó importantes destrozos en las ciudades y en las cosechas y la muertende numerosas personas. En Londres, donde residían comerciantes que "habían hecho sus caudales en las islas", se abrió una suscripción pública para ayudar a los damnificados.
El gobierno, que "debía enjugar las lágrimas y extender una mano protectora al desvalido", no sólo no la extendió, sino que hizo pública una real orden, en 23 de febrero de 1827, por la que encargaba a las autoridades y policía del Archipiélago estar sobre aviso en cuanto a descubrir las intenciones que podían llevar los extranjeros con tal acto de beneficencia.
Si bien Francisco María de León sólo ve en la acción inglesa "el placer de socorrer al desvalido" , los gobernantes creyeron que aquel dinero serviría para sufragar los proyectos sublevadores de las islas; tal era el miedo al supuesto plan de Barry. Quizá este hecho, "que prueba el estado a que había llegado el gobierno de la nación", en palabras del historiador canario, deba incluirse dentro de la política de bandazos a diestro y siniestro que caracterizó los años de 1823 a 1833. Esta actuación oficial resulta más incomprensible, si cabe, pues en aquellos momentos en Canarias "ni podían temerse alborotos ni exacciones, ni por otra parte había en Canarias hombres con aquella clase de compromisos que exigiesen destierro, proscripciones, confiscas, y la muerte misma, cosa que tan frecuente fue en otras provincias".
Asimismo, el comandante general, Isidoro Uriarte, "dueño, por decirlo así, en tan triste período de las vidas y haciendas de los canarios", comprendió que en el Archipiélago "no eran terribles las reacciones, que habían sido insignificantes (... ) y que serían -más "insignificantes y nulas en lo sucesivo, y por lo tanto vio que era inútil el rigor y por demás el castigo" De la correspondencia e informes" analizados es posible extraer algunos datos personales, muchas veces contradictorios, como veremos, que permiten formar un perfil de nuestro personaje. Calificado de revolucionario peligroso, Diego Barry nació en el Puerto de La Orotava, Tenerife, en el seno de una familia de origen irlandés. Sus padres, Diego Barry, del comercio de dicho puerto, ya difunto en 1825, y Juana Armstrong, "señora reducida hoya la mayor indigencia y viviendo de la limosna que le hacen algunos comerciantes".
Sobre su consideración pública las noticias son dispares. Mientras el Barón de Damas informa que Barry gozó de cierto prestigio en Tenerife, que es un hombre especialmente notable por su instrucción y su actividad y que mantiene correspondencia importante con los principales colonos de Canar.ias y los personajes más notables de los Estados Colombianos, los alcaldes mayores de La Orotava y La Laguna aseguran que Diego Barry es una persona totalmente desacreditada en la isla, "sin ningunas conexiones con las personas de opinión".
Los informantes tampoco se ponen de acuerdo a la hora de explicar las razones de su marcha o exilio al continente americano, desde el que fue a Inglaterra. Por una parte, se dice que contrajo matrimonio con la hija de un tal Rafael Pereira, embarcándose posteriormente con ella hacia los Estados Unidos. Aunque su esposa falleció en la isla de Madera, él continuó viaje, pasando a Londres en 1823; por otra, que participó en los primeros momentos del Trienio liberal, pero que al sentirse mal recompensado por la facción constitucional decide ir a América del Sur, en donde se pone al servicio del gobierno colombiano, que le confía una misión en la capital inglesa. En esa ciudad comenzarían a gestarse los proyectos para la insurrección de Canarias. De su cómplice, Lord Nugent, se comenta que "es muy exaltado y que tampoco goza de buena opinión" .
Los hechos que rodean los proyectos de Diego Barry para sublevar las Islas Canarias, que no pudieron ser probados, dejan entrever una serie de circunstancias que merece la pena destacar.
El temor a las conspiraciones e insurrecciones,aunque no fueran reales, impide al gobierno dar por finalizado un asunto que, desde un principio, estaba inmerso en la confusión y la oscuridad. Ese miedo y ceguera política harán prevalecer los intereses estratégicos del Archipiélago a los de una población asolada por la calamidad.

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