lunes, 31 de marzo de 2014

Personajes de Canarias.

Azucena Roja´, la gran olvidada

La comunista chicharrera Isabel González fue la primera concejal del Ayuntamiento capitalino y una de las pioneras en la lucha por la participación de la mujer en política

Premio Nobel de literatura Anatole France escribió en 1894 La azucena roja, una historia de amor en la época napoleónica que sirvió de inspiración a la primera mujer concejal de Santa Cruz. Isabel González González utilizó el título de esta novela como seudónimo a lo largo de su agitada vida. El pasado agosto se cumplió el 45 aniversario de la muerte de la también cofundadora del Partido Comunista en Tenerife, Azucena Roja, la gran olvidada. De hecho, nadie se acordó de la efeméride.Es muy escasa la repercusión que ha tenido en la historia canaria la lucha socialista tinerfeña a comienzos de los años 20 del siglo pasado. Algunos autores han llegado, incluso, a negar que existiera. Pero lo cierto es que existió y que fue indiscutible el papel jugado por Isabel González, como se recoge en Azucena Roja. La aparición del comunismo en Tenerife, del doctor en Historia José Manuel Rodríguez Acevedo, y Crónica de vencidos. Canarias: resistentes de la guerra civil, de Ricardo García Luis.Al menos en Santa Cruz una calle del barrio de Cuesta Piedra lleva su nombre. "Calle Isabel González Azucena Roja", reza el cartel sobre la pared de unos adosados.Aún hoy, 77 años después del inicio de la Guerra Civil y la posterior Dictadura franquista, se sigue pidiendo justicia por los asesinatos cometidos, así como la recuperación de la memoria del bando republicano. Así, hay que recordar a aquellos que vivieron condenados a la clandestinidad y dejando a un lado la ferviente lucha que durante años habían defendido.Isabel González fue uno de los personajes que tuvo la suerte de sobrevivir a aquellos años de represión y muerte, pero fue prácticamente borrada de la historia del pueblo por el que luchó. Son muy pocos los que hoy en día recuerdan y comprenden quién fue aquella mujer chicharrera que se hacía llamar Azucena Roja.Isabel González es uno de esos personajes que merecen ocupar un destacado lugar en las crónicas históricas del Archipiélago porque, en la década de los años 20 y 30 del siglo pasado, luchó para que la mujer ocupara el lugar que le correspondía en la sociedad canaria, que entonces la tenía relegada. Isabel González nació en Santa Cruz de Tenerife en 1890. Era hija de la también chicharrera Rosario González. A los pocos años, madre e hija emigraron a Cuba para ganarse la vida. Allí, consiguieron reunir un pequeño capital con el que, a su regreso a Tenerife, montaron en Puerto de la Cruz una pequeña tienda de telas y joyas. En esa ciudad, Isabel González se casaría con el zapatero portuense Aurelio Perdigón, nieto del también zapatero portuense Juan Perdigón.Más adelante, el matrimonio se trasladó a Santa Cruz, donde vivieron en la casa de la madre de ella, en la calle Horacio Nelson. Allí vivió Isabel toda su vida, salvo los años de la clandestinidad que vinieron tras el Golpe de Estado de julio de 1936. Isabel González y Aurelio Perdigón tuvieron dos hijas, Ligia –que falleció al poco tiempo de nacer por tosferina– y Electra, nacida en 1917 y cuyo particular nombre se debe a la obra teatral de Benito Pérez Galdós, que fue siempre uno de los escritores preferidos de Isabel.La chicharrera fue una mujer autodidacta en todos los ámbitos, que apenas pasó por la escuela. Sus descendientes recuerdan que era una gran lectora: leía todo lo que pasaba por sus manos. La juventud de Isabel y Aurelio fue relativamente desahogada. Él tenía una zapatería en Santa Cruz y ella montó en su casa un taller de costura, que tuvo cierto éxito. Isabel era una costurera experta y llegó a tener cuatro o cinco mujeres cosiendo en su pequeño taller.Esta santacrucera puede ser considerada la primera comunista marxista-leninista de Tenerife. A pesar de su escasa formación, Isabel González fue una de las primeras personas en las Islas que comprendió lo que realmente significaba el estallido y el triunfo de la revolución de octubre de 1917 en Rusia. Sin posiblemente haber leído los clásicos del marxismo, la tinerfeña supo interpretar precozmente el mensaje que para los trabajadores de todo el mundo tuvo la Revolución rusa.Comenzó, así, su vida política militando en el recién fundado PSOE, de la mano de Manuel Bethencourt del Río. Pero a los pocos años, se hizo patente que sus jefes, de extracción burguesa, no estaban dispuestos a convertirse en verdaderos revolucionarios. En ese momento asumió la tarea de seguir el camino de los rusos.En 1919, Isabel González se encontraba totalmente comprometida en la tarea de organizar a las mujeres trabajadoras tinerfeñas. En junio de ese año, ya con el seudónimo de Azucena Roja, la chicharrera publicó en El Socialista de Tenerife, un artículo en el que llamaba a los hombres socialistas a ayudar a sus compañeras a integrarse en esta vertiente política. En una Asamblea celebrada en noviembre de 1919, a la que asistieron 52 afiliadas, se constituyó, a iniciativa de Isabel, la Liga Femenina Socialista, cuya presidencia recayó en ella misma. Así trataría de incorporar a la mujer obrera tinerfeña en la lucha política. A partir de ese momento, Azucena Roja se convirtió en una ferviente organizadora de la causa socialista y de la emancipación de la mujer proletaria. Comenzó, pues, un periodo de gran popularidad para ella y, desde la publicación de su primer artículo, fueron pocos los números de EI Socialista de Tenerife que no incluyeron un apasionado texto de Isabel González. La temática de estos escritos casi siempre derivaba a las mismas cuestiones: el papel fundamental que debía jugar la mujer de la clase obrera en la nueva época que comenzaba y la necesidad de que se produjera su incorporación activa a ese proceso de profundas transformaciones.Sus artículos siempre se distinguieron por su gran sentimiento revolucionario. Aunque los libros le sirvieron de guía para seguir sus ideas liberadoras, fue la pasión proletaria y su rebeldía lo que nutrió sus textos. Así, en sus artículos hizo referencias constantes a lo que conocía de primera mano: el sufrimiento de los hijos de mujeres solteras, el dolor de las madres que pierden a sus hijos –que ella misma padeció–, la opresión de la mujer obrera apartada de la vida social y política, la explotación de las costureras y el desprecio con que eran tratadas por la mujeres de las familias burguesas. En octubre de 1919, la agrupación socialista de Santa Cruz organizó una gira política a Puerto de la Cruz. Allí, se dirigieron al público los jefes socialistas. Junto a ellos tomó la palabra Azucena, en nombre del grupo Femenino Socialista. En Puerto de la Cruz aún se recuerda que fue la primera mujer que habló en un acto político. Su marido, Aurelio Perdigón, también tuvo una vida política activa. En enero de 1921, formó parte de la Junta Directiva de la Agrupación Socialista tinerfeña. Un año después, se produjo la fusión de la Agrupación Socialista y la Juventud Socialista y él salió elegido como presidente de la nueva directiva. En la década de 1930, con el gran ascenso del movimiento obrero y el auge de la situación revolucionaria en el país, Isabel González jugó un papel muy importante y alcanzó una significativa repercusión en la sociedad y la política canaria. En este contexto de conflictividad creciente, se configuraron, en diversas Islas, grupos comunistas independientes que fueron aumentando poco a poco. Los comunistas de Tenerife se aglutinaron alrededor de la Azucena Roja. En 1933, tuvo lugar en Las Palmas de Gran Canaria un congreso de unificación de todos estos grupos y se creó el definitivo Partido Comunista de España en Canarias. Esto ocurrió doce años después de que comenzara la lucha de Isabel para su constitución en Tenerife. Fue en este momento, también, cuando la chicharrera organizó el grupo Claridad Feminista, una manifestación clara de la importancia que dio siempre, desde su etapa en el Partido Socialista, a la incorporación de la mujer trabajadora en la lucha política revolucionaria. En 1933, cuando el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, convocó elecciones a Cortes para noviembre de ese mismo año, el Partido Comunista dio a conocer su candidatura, en la que figuraba Isabel González. Sin embargo, posteriormente se elaboró otra candidatura en la que ella ya no aparecía.En 1935, Azucena Roja viajó, por fin, a la Unión Soviética formando parte de una delegación de obreros que se desplazó al país euroasiático para asistir a las celebraciones del primero de mayo. Durante los meses que pasó allí, escribió varias crónicas que se publicaron en Espartaco. La primera de ellas refleja la intensa emoción que vivió en ese viaje. A su regreso de la Unión Soviética, Isabel continuó sus actividades comunistas en Tenerife, y creó la agrupación de Amigos de la Unión Soviética.Con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, el 14 de marzo tomó posesión de su cargo como nuevo gobernador civil Manuel Vázquez Moro. Fue entonces cuando nombró, entre otros, a concejales de Unión Republicana, PSOE, Izquierda Republicana, y a la primera mujer concejala del Ayuntamiento de Santa Cruz, Isabel González González, del Partido Comunista. Incorporados todos los concejales a sus cargos, se realizó la correspondiente votación, obteniendo la Alcaldía José Carlos Schwartz Hernández, de Izquierda Republicana, siendo uno de los concejales el poeta gomero Pedro García Cabrera, del Partido Socialista Español.Poco tiempo le duró la concejalía, puesto que unos meses más tarde, el 18 de julio, Francisco Franco dio el Golpe de Estado, justamente desde Tenerife. Los militares tomaron el poder y aplastaron el movimiento popular que estaba poniendo en peligro la continuidad de la dominación social oligárquica. Con este acontecimiento se inició la Guerra Civil que, en Canarias, supuso la puesta en práctica de una feroz política represiva contra los sectores populares.Schwartz fue detenido y asesinado, aunque su cuerpo nunca ha aparecido. Isabel y su marido pasaron a la clandestinidad. Mientras, los militares fascistas apresaron a su hija Electra para interrogarla sobre el paradero de su progenitora. Aurelio buscó refugio en Puerto de la Cruz, en casa de sus familiares, e Isabel se escondió en Santa Cruz, cambiando frecuentemente de casa para evitar ser descubierta. Algunos testimonios orales, recogidos por García Luis, la sitúan justo después del Golpe de Estado, trabajando clandestinamente en el Socorro Rojo Internacional, apoyando a los presos políticos. De esta manera, pasó cerca de diez años escondida. Su marido falleció por enfermedad en la década de los 40, quedándose Azucena sola. Al poco tiempo, gracias a un indulto decretado en octubre de 1945, pudo reaparecer, a cambio de presentarse ante el General García Escámez. Así, se reintegró a la vida legal, sin ser perseguida ni procesada, aunque con una estricta vigilancia policial porque las autoridades franquistas no se fiaban de ella, ya que diversas fuentes la citaban en eventos clandestinos comunistas.A los 71 años, Isabel sufrió una hemiplejía que la dejó inválida y la obligó a pasar siete años en silla de ruedas. Finalmente, en 1968 fue víctima de un nuevo ataque de este trastorno mientras se duchaba que acabó con su vida cuando tenía 78 años. Se perdía, de esta manera, a una de las mujeres más excepcionales que ha tenido la historia de Canarias.La vida de Azucena Roja ha de ser un ejemplo a seguir para las féminas de hoy en día porque como ella misma dijo: "Y cuando la mujer lucha, ¡pobre de los cobardes, desgraciados traidores, porque sabemos vengarnos con todo el coraje de una hija del Teide!"

jueves, 27 de marzo de 2014

Nuestra tierra sin aprovechar y nosotros advocados a la desesperación.

Me levante temprano, lleve el coche al taller.  El taller esta en un lugar significativo el barranco de Aguacencio. Aguacencio era el hermano de Bentacayce, murió en una riada o barranquera después de un gran temporal de lluvias.
Llegas a entender porque aquellas gentes antes de la conquista se estableció en esos lugares,  la tierra da lo que plantas.
Hoy desgraciadamente abandonadas pero por un interés no colectivo sino de los importadores.
Llegas a trasladarte a esa época, donde por la abundancia de pastos,  las cabras serian abundantes, siendo el animal del cual aprovechaban sus recursos.
Aparte de la siembra de el trigo y la cebada que tendría que darse en abundancia, sustento del gofio del cuál a llegado hasta nuestros días.
Es fácil llegar a estas conclusiones porque las instituciones eclesiásticas se establecieron en la zona,  en esa época las instituciones eclesiásticas se quedaban con los terrenos mas productivos.
Breña Alta seguirá siendo uno de los graneros de esta isla,  donde la ganadería y la agricultura confluyeron desde que los awaras se establecieron en esta isla.
Lastima que por estos indeseables de los importadores, nos han obligado abandonar esta fértil tierra.

miércoles, 26 de marzo de 2014

La manera falsa o la dualidad de PP en Canarias

Curioso ver a Asier Antóna,  en el debate de la nacionalidad canaria.
Simplemente cínico.
Cínico porque a vista de la sociedad canaria hace un discurso contrario,  a las directrices de Génova.
Este "Godo" no sé le conoce ni una mala palabra ni un buena acción.
Vivé Dios que yo defienda a Paulino,  nuestro enemigo natural.
Este aventajado discípulo de José Manuel Soria,  tiene, sabe,  desarrolla un discurso mediático y social.  Pero hay algo en el que no cuadra,  echar al ejecutivo canario la culpa del paro,  vuelvo a repetir no seré yo quien defienda la gestión de dicho gobierno.
Cuando su partido a protegido a todos menos a los ciudadanos llevándonos a casi la miseria.
Pero eso de usar el dolor la miseria la desesperación cuando tu grupo o partido lo ha llevado a cabo.  Es de cínico retorcido.
En la edad media seria Asier un despiadado matarife.

La gran mentira de Paulino.

En tanto en cuanto, Paulino no cambia se las echa de volcar sus presupuestos en sanidad, educación y emergencias social y solo un dato en educación hay que hacer una denuncia. Ninguna referencia a nuestra historia.
Nada dice de nuestro sector primario. 
Nada dice de nuestro sector de transformación.

Nuestros recursos expoliados

Tifawin. Ayer me enteré a groso modo del negocio entre otras cosas que tiene puertos españoles con los cruceros. 
Esto me puso sobre la pista hace ya un par de meses en alerta cuando una compañía, quería restablecer el servicio Valle Gran Rey, Playa Santiago, San Sebastián de la Gomera, los Cristianos. Un servicio que por otra parte necesario para la Gomera, pues por su orografía es un viaje menos tortuoso para el viajero, que por carretera. La compañía en concreto sólo quería pagar el atraque en los Cristianos.
Asi que manos a la obra he averiguado que Los Cristianos y San Sebastián de la Gomera son los dos puertos de mayor trafico rodado del estado español. Increíble pero cierto.
Rondan la no despreciable cifra de 2 millones de pasajeros anuales.
Por otra parte el puerto de Santa Cruz de la Palma acoge por temporada o anual alrededor de 200 cruceros, para este año 174 cruceros.
Cada crucero paga religiosamente por el atraque mínimo 7000€, aquí varía el tonelaje del buque (que todas los buques sean de linea regular o no pagan por tonelaje) si pasan de 3000 personas pagan 2€ mas por cada persona, si utilizan el práctico pagan más, todo esto si el dicho crucero viene de atracar en otras islas, porque si viene de el extranjero es el doble. Estamos hablando que el puerto de Santa Cruz de la Palma es el más barato de las islas. Y genera unos ingresos por estos servicios, de más de 2 millones de euros en bruto y tirando por lo bajo sólo en cruceros. Que es más muchísimo más.
El gran beneficiado en este negocio ni son los transportes terrestres (guaguas, taxis) ni los comercios locales ( que el dia de cruceros hacen 200€ y se ponen contentos) ninguno de ellos, el gran beneficiado de este negocio es puertos españoles.
Todos estos ingresos se van a un gran puerto que está en Madrid.
Nosotros en esta tierra con un paro alarmente, con unas necesidades impresionantes y desesperación, no disfrutamos de esos ingresos.
Los puertos en las islas después de 600 años y todos los recursos sacados de estas islas están más que amortizados.
Ese dinero tendría y tiene que revertir en nuestra tierra.
Cosa que no es así.
Y los puertos en Canarias dan perdidas, cuéntame otra cosita que este mito se te fue del cuento.
Canario jodido, Godo expoliando y así durante 600 años.

domingo, 23 de marzo de 2014

Personaje Historico

Nació el 28 de mayo de 1875 en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, hijo de Juan Cabrera y Josefa Díaz. Cursó la enseñanza primaria en su ciudad natal. Se graduó de Bachiller en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de la Palma. Por la mala situación económica de la familia no pudo continuar estudios superiores por tenerlos que realizar en España. Escribió sus primeros ensayos periodísticos combatiendo los turbios manejos de la administración pública, la explotación de que estaban siendo objetos los obreros por parte de los patronos y la carencia de libertad.
En el año 1893 se inició en la Masonería y por su constante labor eficiente y valiosa, alcanzó los grados más altos de la fraternidad. Llegó a presidir el comité de propaganda y acción masónicas de Cuba en 1921.
Por corresponder a su edad fue reclutado por el Ejército y enviado en 1896 a las Islas Filipinas, a la guerra que sostenían sus naturales contra España por su independencia. A su regreso escribió sobre los atropellos cometidos por el Ejército español, por lo que fue condenado y encarcelado.
Colaboró en distintos periódicos, tales como: “El Memorandum”, “El Pueblo”, “La Palestra”, “La Luz”, “El Telégrafo”, “El Orden”, “El Iriarte”, “El Diario de Aviso”, “El Obrero” y otros.
En 1900 tuvo que emigrar a Cuba por sus actividades proletarias. Escribe en el “Diario de la Marina”, uno de los periódicos más importantes del país. Vuelto a Canarias es nuevamente condenado cuando censura los atropellos de que fue objeto el pueblo tinerfeño y condenado a ocho años de cárcel por su artículo “Militares y Paisanos”. Más tarde fue amnistiado. A su fecunda labor se debió la fundación de los gremios de Santa Cruz de Tenerife y de todas las islas del archipiélago, saliendo electo primero presidente de los tipógrafos retirados y más tarde de la agrupación regional. Conjuntamente a la labor obrera que realizaba, regenteaba una poderosa compañía importadora canaria, la Casa Brage y administraba el órgano periodístico “El Obrero”. Contrajo nupcias en 1905 con Eloisa Gómez, comprovinciana suya.
Emigra nuevamente a Cuba en 1909 y es entonces que conoce al señor Andrés Gómez Mena, rico terrateniente y empresario, quien le ofrece un modesto empleo y seguidamente lo asciende a Jefe de Oficinas del Central Azucarero Mercedita, una de las más importantes empresas de su género en Cuba. Por el celo y la competencia demostrados, a los dos años fue ascendido a la administración del central y en 1918 fue nombrado Administrador General de la poderosa empresa azucarera.
Bien establecido en Cuba no se olvida de las vicisitudes y de los trabajos que pasan sus compatriotas allende el mar. Se reúne con sus coterráneos con el objetivo de formar un núcleo numeroso para liberar la patria lejana. Constituye una agrupación denominada Ateneo Canario con fines artísticos, literarios y culturales.
Fue fundador y primer director del órgano portavoz de la Asociación Obrera de Canarias, El Obrero, y miembro de la junta directiva de la Asociación de la Prensa de Tenerife, creada en 1902. En 1924 fundó el Partido Nacionalista Canario (PNC) en La Habana y fue su presidente. Ese mismo año salió a la luz pública el órgano publicitario “El Guanche”, en su segunda etapa, es escogido para la campaña nacionalista, por el Partido Nacionalista Canario. Interviene de una manera directa en la vida cubana. Colabora en el importante periódico “La Discusión” con el pseudónimo de Ecónomo y redacta muy numerosos artículos sobre materias diversas en distintos periódicos habaneros y de provincias; publica múltiples folletos; pronuncia infinidad de conferencias sobre sociología, filosofía, literatura y política, todo lo cual le capta la natural simpatía y el aprecio de prominentes hombres públicos cubanos y extranjeros. Hombre de acción, de sorprendente capacidad para el trabajo, sin abandonar las tareas periodísticas, ni su polifacética labor intelectual, forma parte de diversas asociaciones de colonos, del Club Rotario y de cuantas asociaciones culturales reclamaban sus servicios. El Instituto Nacional de Previsión y Reformas Sociales lo nombró miembro de la Comisión de Arte donde realizó una excelente labor.
Fundó el Club “Mercedita” en los terrenos del central azucarero que dirigía. Por el mismo desfiló lo mejor de la intelectualidad cubana he hicieron gala de su arte exquisitos poetas, músicos, oradores y artistas de todos los géneros. Dotó a esta institución con una excelente biblioteca con más de 6000 volúmenes.
Fundó también una escuela de enseñanza primaria, un preescolar y una escuela de corte y costura y embelleció los alrededores con magníficos jardines. Creó un extensísimo y rico vivero de miles de plantas cubanas y exóticas y fundó y presidió la Sociedad de Amigos del Árbol.
De su peculio personal instituyó un premio denominado “Arango y Parreño” consistente en medallas de oro, plata y cobre y diplomas para los niños más destacados de las escuelas de los Municipios de Güines y Melena del Sur. A sus gestiones y aportes se debió la creación del Instituto de Segunda Enseñanza de Güines y organizó la Federación de Bibliotecas de Cuba de la que fue su presidente.

Pero el clímax de su vida cultural lo alcanzó con la fundación de la Revista Cúspide, órgano periodístico del Club “Mercedita”, una de las mejores de Cuba en su época. El gobierno cubano por su extraordinaria labor en “Cúspide” le confirió la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes en el grado de Caballero, la más importante de Cuba en su tiempo. La Asociación de Escritores y Artistas de Cuba lo hizo uno de sus más distinguidos miembros. El Grupo “América” de la ciudad de Matanzas acordó rendirle tributo de admiración y concederle diploma de Miembro de Honor. Con tal objetivo se celebró un extraordinario acto en dicha ciudad el 6 de agosto de 1939, donde se le rindió un homenaje excepcional. De vuelta a La Habana, ese mismo día, en fatal accidente automovilístico, quedó truncada la vida de este hombre ejemplar, llorado por todos los cubanos

Un dato mas del independestimo

Inicios del nacionalismo canario organizado Aunque había habido manifestaciones soberanistas tales como levantamientos y motines desde la conquista, difícilmente podríamos clasificar dichas manifestaciones como nacionalistas. Es a finales del siglo XIX que los nacionalistas canarios empiezan a agruparse en organizaciones políticas más o menos importantes. En parte, compartiendo escenario político con el movimiento obrero, y vinculado con las comunidades canarias emigrantes en países como Cuba o Venezuela. En ese escenario nacería en Tenerife a inicios del siglo ** el PPA (Partido Popular Autonomista), vinculado a la Asociación Obrera Canaria.
Nicolás Estévanez, José Cabrera Díaz y, sobre todo, Secundino Delgado sufren y denuncian la nueva realidad colonial, derivada del incumplimiento de los pactos y el fin de la coexistencia de canarios y naturales del resto de territorios españoles. Secundino Delgado da voz al movimiento con sus publicaciones (El Guanche, Vacaguaré y otras), en buena parte, ilegalizadas y/o publicadas en otros países. Por ello algunos le consideran el padre del nacionalismo canario. Secundino Delgado estuvo en un primer momento vinculado al independentismo cubano de corte anarquista, fundando posteriormente un periódico independentista canario en Caracas denominado El Guanche. La escasa conciencia nacional existente en esos momentos en Canarias, unida al hecho de que el movimiento obrero canario se hallaba aún en periodo de formación (y con poca conciencia de clase), así como el temor a una invasión por parte de Inglaterra o EEUU llevó a que Secundino optara por opciones más pragmáticas, intentando aglutinar a independentistas, autonomistas y federalistas. Nicolás Estévanez, republicano federal que llegará a ser Ministro de Guerra durante la Primera República Española llegará a defender la autonomía de Canarias.
En 1924, en Cuba tiene lugar la fundación del Partido Nacionalista Canario (PNC). Uno de sus fundadores fue José Cabrera Díaz, antiguo líder de la Asociación Obrera Canaria. El primer PNC adoptó la bandera que se izara en 1907 en el Ateneo de San Cristóbal de La Laguna durante las protestas contra los excesos estatales. Duró pocos años, aunque en 1982 fue re-fundado.
Durante la segunda república española, el movimiento nacionalista pasó inadvertido (aunque se llegó a proponer un estatuto de autonomía que no cuajó a causa de la guerra). Sin embargo, desde algunos sectores del Partido Comunista de España (PCE) llegó a defenderse la autodeterminación, e incluso la independencia de Canarias, en parte por la asunción del principio leninista del "derecho a la autoderminación de los pueblos", aunque sin excluir tampoco un análisis de la realidad económica del Archipiélago que llevará a autores como Guillermo Ascanio a calificar la situación de Canarias como "semicolonial". El Frente Único Revolucionario (FUR), formado en 1934 por el PCE y el PSOE también incluyó en su programa "la liberación de Canarias de la opresión del Imperialismo español y el derecho a la autodeterminación hasta su constitución en estado independiente si tal fuese su voluntad

sábado, 22 de marzo de 2014

Un canario histórico

Ruiz de Padrón, Antonio José (1757-1823).

Religioso canario, nacido en San Sebastián de la Gomera (Canarias) el 9 de noviembre de 1757, y fallecido en Portela de Valdeorras (Orense) el 8 de septiembre de 1823.

Era hijo de Gaspar Ruiz y de Jerónima de Armas. Estudió en el convento franciscano de San Miguel de las Victorias, y luego vistió su hábito. En julio de 1784 embarcó para La Habana, en donde tenía un tío también franciscano, pero una tempestad le llevó a Pensilvania y allí, en la ciudad de Filadelfia, tomó parte en las tertulias y controversias de Washington y Franklin. Así expuso en privado, y repitió en público, sus ideas sobre la necesidad de abolir la Inquisición. Estuvo en Nueva York, Maryland y Baltimore, y finalmente llegó a La Habana, donde defendió sus ideas de abolición de la esclavitud.

Regresó luego a Madrid, al convento de San Francisco el Grande. Manuel Francisco de Jáuregui testifica en 1813 que hacia 1800, en su casa de Madrid, le vio componer la Carta pastoral del obispo de Cuenca Antonio Palafox y Croy (Madrid, 1801) y el plan, también publicado, de conferencias eclesiásticas para aquella diócesis, por encargo del prelado, que era amigo suyo. Pidió permiso en 1806 para viajar por Francia e Italia, pero le fue denegado. Siempre según Jáuregui, Godoy le persiguió, ya que quería hacerle confesar que había dado a Fernando VII la obra de Duguet Educación de un príncipe; pero le protegió el Inquisidor general. En 1808 obtuvo del Papa la secularización, y pudo entonces realizar su viaje.

De vuelta en España en 1810, desempeñó el curato de Quintanilla de la Somoza (León) y ganó por oposición la silla abacial de Villamartín de Valdeorras (Orense). Fue nombrado director del Hospital Militar de Correjanes y vocal de la Junta de Armamento y Defensa de Orense. Elegido diputado a Cortes por las cuatro islas menores de Canarias -Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro-, no pudo tomar asiento hasta el 13 de diciembre de 1811. Allí intervino en contra del Voto de Santiago -no personalmente, ya que por sus dolencias había tenido que ausentarse de Cádiz, pero se leyó su discurso- y presentó su Dictamen sobre el Tribunal de la Inquisición (Cádiz, 1813), al que siguió un Apéndice. El Dictamen se hizo famoso rápidamente: en Santiago, Sinforiano López lo reprodujo a sus expensas. El Procurador del 26 de enero de 1813 puso en duda que el Dictamen hubiese sido escrito por él, pero Manuel Francisco Jáuregui testifica que es su estilo. Ruiz de Padrón publicó también en ese mismo año Monumento de gratitud al pueblo de Cádiz, con motivo de disolverse las Cortes generales y extraordinarias (reimpreso en 1912 por el cronista de Cádiz Santiago Casanova) y un Dictamen [...] proponiendo para regenta del Reyno a [...] Dª Carlota Joaquina de Borbón (Madrid, 1814), dictamen que indica que en materias políticas no andaba tan acertado como en las religiosas.

La reacción de 1814 le originó un proceso, que se inició en julio de ese año y se sustanció el 2 de noviembre de 1815, al ser condenado a reclusión perpetua en un convento. Hallándose enfermo, fray Manuel de San Juan Bautista fue a confesarle; tal confesión, efectuada finalmente ante tres sacerdotes, duró dos largos días: 30 y 31 de diciembre de 1819, y al final Ruiz del Padrón se avino a firmar, el 1 de enero de 1820, una retractación solemne. Poco valor podemos dar a semejante retractación, que sirve sólo para comprobar el sufrimiento moral a que estuvo sometido en esos días. Elegido de nuevo diputado en 1820, esta vez por Galicia y Canarias, optó por la primera de las posibilidades. Intervino poco por su condición de enfermo, y tan sólo dio a conocer un Dictamen sobre los diezmos (Madrid, 1821). Nombrado maestrescuela de Málaga, apenas pudo disfrutar su nuevo cargo, pues habiendo ido a Galicia para recuperar la salud, encontró allí la muerte.

Unas de mis preferidas

LA REBELIÓN DE LOS GOMEROS

 

 

La rebelión de los Gomeros constituye sin duda el hecho más importante de la historia de la isla de La Gomera. No sólo por la enorme trascendencia que tuvo para sus habitantes y todo nuestro país, sino porque además ha conseguido sobrevivir hasta nuestros días en la memoria colectiva de los gomeros a través de la tradición oral.

 

Antes de la llegada de los europeos a La Gomera, esta Isla se encontraba dividida en cuatro bandos (Ipalán, Mulagua, Orone y Agana). El período en el que los gomeros comienzan a tener los primeros contactos con los europeos (fundamentalmente portugueses y castellanos) se caracteriza, en primer lugar, por las sucesivas rapiñas para la captura de esclavos, y luego por los pactos de esos europeos con alguno de los cuatro bandos en que se encontraba dividida la Isla. De esos pactos el que más nos interesa es elPacto de Colactación o Hermanamiento (bebiendo leche en el mismo gánigo) que sellóHernán Peraza "el viejo" con los bandos de Ipalán y Mulagua.

 

En 1477, Hernán Peraza el Joven tomó posesión del señorío insular de La Gomera. Tras un pacto de colactación, había quedado emparentado con los isleños, hasta el punto de ser considerados como hermanos. Sin embargo, esto no iba a impedir que el castellano abusase de la población canaria, haciendo del esclavismo su negocio. La situación iba a perpetuarse durante once años, hasta que en el invierno de 1488, los isleños, soliviantados por las vejaciones padecidas, decidieron rebelarse. Los jefes insulares, entre los que destacaba el anciano Hupalupu [‘cabellera larga (nobleza)’], fueron convocados en un roque cercano a la costa de Taguluche (después, Baja del Secreto), donde decidieron prender al tirano y romper la alianza que hasta entonces les ligaba al gobierno señorial.

 

Ya el ganigo de Guahedun se quebró

 

Hernán Peraza el Joven se había ganado la antipatía de propios y extraños. Así lo atestigua Abreu Galindo cuando afirma que el castellano «se avenía mal con sus vasallos, tratándolos con rigor y aspereza, deseándole los amigos y enemigos todo mal» [Abreu (d. 1676) 1977: 248]. Pero la gota que colmó la paciencia de los gomeros fue más bien simbólica. Hernán Peraza, casado con Beatriz de Bobadilla, mantenía relaciones con una isleña conocida como Yballa (‘apartada, separada’), quien técnicamente se había convertido en su hermana. Cuando descubrieron que el castellano no estaba respetando lo acordado, los gomeros vieron la ocasión perfecta para romper el acuerdo por su parte. El cabecilla de la operación resultó ser «vn moso que se decía Pedro Hautacuperche que guardaba su ganado en Aseysele, en el termíno de Guachedun, y paríente dela mosa» [Abreu (ca. 1590, II, 28) d. 1676: 71v].

 

Hautacuperche (‘nace con buen presagio’) asumiría la responsabilidad de forma voluntaria, pues Hupalupu, ya viejo, quedaría rezagado. Sería en las cuevas del mencionado término de Guahedun donde Yballa, acompañada de una anciana, recibiría a Hernán Peraza el Joven, que venía escoltado por un paje y un escudero. Confiado, Hernán Peraza despachó a sus acompañantes a otra cueva para introducirse él en la de Yballa. Cuando la isleña presintió la presencia de los gomeros que venían a prender a su amante, le avisó con una conocida frase: «[...] a esta voz salio Yballa y dicele en su lengua estas palabras, ajeliles, juxaques, aventamares, que significan; huie que estos ban por ti» [Marín (1694, II, 12: 63v) 1986: 223-225], aunque la traducción más precisa sería: ‘escapa del hombre (legítimo), el guerrero feroz cumple (una misión), (y) sube la linde baja’. El castellano salió de la cueva disfrazado con una saya, pero la anciana lo delató y Hernán Peraza no tuvo más remedio que regresar, vestirse de caballero y salir de nuevo para encarar su destino:

 

Estaba encima [de la cueva] Pedro Hautacuperche, con una asta como dardo, con un hierro de dos palmos; y arrojándosela, metió por entre las corazas y el pescuezo, que lo pasó de arriba abajo, y luego cayó allí muerto. Mataron también al escudero y al paje que había llevado consigo [Abreu (d. 1676) 1977: 249].

 

De esta forma, lo que inicialmente iba a ser un prendimiento se convirtió en una ejecución. Cuando Hupalupu llegó al lugar, lloró al comprender que, con la muerte del tirano, la desdicha de los gomeros no había hecho nada más que empezar. El pacto se había roto y por los riscos de la Isla pudo oirse otra mítica frase:

Los gomeros que mataron a Hernan Perasa, subidos en los serros decían ensu lengua, ya el ganígo de Guahedun se quebro, y ganígo es como casuela grande de barro en que comen muchos juntos [...] [Abreu (ca. 1590, II, 28) d. 1676: 72].

 

El sitio de la Torre

 

Tras enterrar a Hernán Peraza el Joven, Beatriz de Bobadilla se recogió en la Torre junto con sus hijos. Los gomeros no tardaron en cercarla con la intención de prender o matar a la esposa de quien tanto daño les había infligido. El sitio duró varios días y en él también participó Hautacuperche: <<Procurando los cercadores entrar la torre, los de dentro se defendieron con ánimo, tirando piedras, y con ballestas que tenían dentro.Hautacuperche, matador de Hernán Peraza, era tan ligero, que las saetas que le tiraban, recogía con la mano y se desviaba; y era el que más prisa daba a entrar la torre>> [Abreu (d. 1676) 1977: 250]. Pero sería precisamente el sitio de la Torre la última ocasión en que veríamos aHautacuperche combatiendo a los invasores: <> [Abreu (d. 1676) 1977: 250].

 

La muerte de Hautacuperche, el guerrero protegido por las divinidades, desorientó a los gomeros, que acabaron por refugiarse en el alto Garagonoche, su fortaleza espiritual. Beatriz de Bobadilla pediría ayuda a Pedro de Vera, por entonces Gobernador de Canaria. Cuando sus tropas acudieron en ayuda de los castellanos, la represión y la venganza por la muerte de Hernán Peraza el Joven sería terrible. Cuando éste llega consigue capturar a un gran número de gomeros a través de un engaño, prometiendo el perdón a todos los que asistiesen a un acto religioso por el difunto. Luego serían ejecutados todos los varones de los bandos de Ipalán y Mulagua mayores de quince años, y sus mujeres e hijos vendidos como esclavos, otros deportados a otras islas. Aunque más adelante un proceso judicial pondrá en libertad a la mayoría de esos gomeros, a partir de ese momento todo había cambiado para La Gomera.

 

domingo, 16 de marzo de 2014

La baja del secreto.


Ya sabes que salgo siempre triunfante en mis empeños —dijo Hernán Peraza á su confidente, con hoscos modales y actitud resuelta. Luego poniéndose en pié, añadió: «Nada tengo que ver con que Iballa sea una sacerdotisa ó mariguada, como dicen los isleños, ni con el viejo Hupalupu y sus relaciones divinas. Esa mujer será mía por que así lo deseo, y tú atente a lo que te dejo ordenado, si no quieres incurrir en mi enojo».

Estas fueron las últimas palabras de una extensa plática que con su escudero favorito tuvo Her­nán Peraza. Era éste un hombre dominado de pasiones violentas y desprovisto de sentido moral. Su madre Doña Inés le había dejado la isla de la Gomera, y considerándola como bienes propios, de los que se puede disponer libremente, agobiaba á los pobres isleños con pesadas contribuciones é insoportables alcabalas, sin prestar atención á sus súplicas y ruegos. Cada día iban en aumento sus liviandades; no respetaba las costumbres primitivas de los isleños, ni sus creencias religiosas, ni á sus mujeres.

La mayor parte del tiempo lo pasaba fuera del precioso valle de San Sebastián, donde tenía su castillo, en busca de aventuras amorosas que satisficiera su desenfrenada sensualidad, sin oposición de su mujer Doña Beatriz de Bobadilla, gallarda y hermosísima señora con quien le habían unido en la Corte de las Españas, cuando los Reyes Católicos le llamaron para responder de los cargos que se le hicieron por el asesinato del caudillo Juan Rejón.

Doña Beatriz había sido una de las damas de honor de la Reina Doña Isabel, y se distinguía tanto por la gentileza de su persona, cuanto por la tenacidad de su carácter enérgico y varonil. Las gentes de la Corte dieron en traerla en lenguas, á causa de las distinciones que le prodigaba el Rey Don Fernando, y como los celos, que nunca se dejan esperar en pechos femeniles, comenzaran á hacer su oficio en el corazón de Doña Isabel, ésta decidió separar á su esposo de los hechizos de Doña Beatriz, casándola con el Señor de la Gomera y Conde Hernán Peraza.

La dama de Doña Isabel, que contra los deseos de su corazón, había aceptado aquel enlace, vivía en San Sebastián entregada á los recuerdos de su existencia palaciega y sin preocuparse mucho de la conducta de su esposo, que cada día le era más indiferente.

Del Conde Hernán Peraza puede decirse, con el poeta, que había caído
«En abyección tan profunda,
que historia no hay ni leyenda
que le abone, ni le encumbra.»

Sin los consejos que da la inteligencia, ni el freno que pone la voluntad, las pasiones de Peraza se habían desbordado completamente. Para él no había consideraciones al honor, ni á la virtud, ni á la inocencia. ¡Era la, suya una tiranía impúdica y salvaje!


El valle de Gran Rey es un prodigio de la naturaleza. Arranca desde lo alto de la serranía cubierta de espesativa vegetación, y va ensanchándose, abriendo sus colosales brazos, hasta terminar en las ingentes moles basálticas de Mérica y Tergegenche, que defienden los dos costados de una playa de arena rojiza, apelmazada, donde las olas van á morir en forma de láminas delgadas y trasparentes. A corta distancia de tierra, entre una aureola de espuma, se ve una baja que rompe el líquido cristal asomando su negra caballera.

En ese valle había pasado el Conde Hernán Peraza todo el día cazando ciervos—pues es de notar que en los montes de la Gomera los hubo en gran abundancia,—y á la caída de la tarde se retiraba para su palacio de la Seda, acompañado de algunos servidores y vasallos. Entonces fue cuando vio á Iballa, que iba con su padre el viejo Hupalupu en dirección á los lugares de Aguahedún.

El Conde quedó sorprendido por la belleza de aquella mujer á la cual no conocía, aunque de ella mucho había oído hablar en diversas ocasiones. En realidad la cosa estaba justificada, pues Iballa, al decir de la tradición, era encantadora. Su cuerpo gallardo  tenía un modelado turgente, de curvas espléndidas que fascinaban los sentidos, y su cara, fresca como una mañana de primavera, era digna de la eternidad de los mármoles de la estatuaria griega.

Conocidos los instintos del Conde, ya puede imaginarse cuales serían sus pensamientos. Desde aquel día no vivió más que para la idea de hacer suya a Iballa.

En difícil y arriesgada aventura se metía el depravado prócer. El viejo Hupalupu era un sacerdote del pueblo ghomara, muy respetado é influyente, y su hija una mariguada, ó lo que es lo mismo, una de las sacerdotisas que hasta cierta edad, en que podían casarse, se consagraban por entero al culto de Alcarac, su Dios, asistiendo en épocas fijas á la meseta sagrada —que está cerca de Chipude— para sacrificar tiernos corderillos, en holocausto de sus divinidades y libar leche recién ordeñada, en compañía de su prometido.

El de Iballa era un moretón ágil y valeroso que se llamaba Ajeche y pertenecía á una de las más principales familias.

No quiso el Conde escuchar las prudentes observaciones de su fiel escudero, y como al prin­cipio queda dicho, le ordenó con hoscos modales y actitud resuelta, que se atuviese á sus severas disposiciones.



A distintos procedimientos apeló Hernán Peraza para conseguir sus impúdicos anhelos. To­dos habían sido inútiles, pues ni siquiera había logrado volver á contemplar la cara de la hermosa Iballa.

Enterado de que el viejo Hupalupu, era dueño de un famosísimo caballo que tenía la costumbre de relinchar alegremente cada vez que de regreso á Aguahedún divisaba sus cuadras, imaginó apoderarse del animal para, secuestrando á Hapalupu, sorprender á la virtuosa mariguada.

Al efecto invitó al viejo Hupalupu á un ban­quete en su palacio de la Seda, y en uno de los postres hizo poner un poderoso narcótico, de los que tanto se abusaba en la época, para conseguir verse libre de su huésped durante algunas horas y realizar sus malvados planes.

Tan pronto quedó dormido Hupalupu, salió el Conde á toda carrera en dirección á Aguahedún. El caballo relinchó como siempre al llegar al punto de costumbre, é Iballa salió de su vivienda para recibir cariñosa mente á su adorado padre; pero al darse cuenta del engaño, al reconocer al Conde, huyó precipitadamente, volviéndose á encerrar.

No le quedó á Peraza otro remedio que regre­sar á su palacio conteniendo la ira y refrenando sus ahincos.

Hupalupu, que, como buen isleño, estaba dotado de una clarísima perspicacia, entró en sospechas así que recobró la conciencia, perdida momentáneamente por aquel narcótico, y viendo á su caballo sudoroso como si hubiera hecho una larga y violenta jornada, se despidió del Conde y regreso á sus lugares de Aguahedún. Cuando supo allí todo lo ocurrido, exclamó:

—«¡Hija, esto es ya insoportable! No hablo como padre herido en sus afectos más tiernos, sino como Sacerdote indignado ante el sacrilegio de un atentado contra la virtud de una mariguada. Nuestro pueblo no puede continuar sufriendo tanta ignominia; tú misma, querida Iballa, nos darás el medio de eficacia para llegar al castigo. ¡Tú serás la que nos pongas en el camino de las reivindicaciones!»



Era de noche. El cielo estaba cubierto de nubes amenazadoras y la tierra sumida en una oscuridad medrosa. El mar, azotado por el impetuoso viento del Sur, bramaba enfurecido precipitándose sobre las playas y las rocas... ¡Imponente espectáculo!... Algunas veces breve resplandor, una claridad espectral lo inundaba todo de una manera siniestra.

Entonces se veían las enormes moles basálti­cas que defienden los costados de la playa del Valle de Gran Rey; el bosque de las cumbres que ofrecía la perspectiva de una vegetación fantástica, y las turbulentas aguas del Océano...

De pronto, en medio de las tinieblas, se dibujó borrosa mente la silueta de un hombre que con paso firme avanzaba en dirección al mar. Apenas hubo llegado á la amplia línea de espuma que forman las olas en la arena, se arrojó resueltamente á las aguas como si aquello fuera cosa vulgar y de poca trascendencia! ¡Animo esforzado y decidido propósito debía tener quien de tal suerte procedía! El aparecido luchó con las olas hasta verse en la baja, hoy llamada del Secreto, que en tales instantes parecía un enorme cetáceo adormitado á flor de agua... Sucesivamente llegaron después otros dos hombres y repitieron idéntica operación.

La luna, asomándose entre dos nubarrones, iluminó el rostro de aquellos tres fantasmas.

Eran el viejo Hupalupu, Ajeche y un joven de regular estatura. Después de saludarse, Hupalupu hablo así:

—«Os he citado en este lugar porque la tierra es hembra y puede parir. El secreto que voy á confiaros es de aquellos para los que es poco todo encarecimiento. Jurad, por nuestro Dios, que daréis la vida antes que delatarme.»

Ajeche y, su compañero hincaron las rodillas, y dijeron á un tiempo:

— «¡Juramos por Alcarac!»

Hupalupu continuó entonces de esta manera:

—«Del mar nada hay que temer porque sabe guardar en su seno los secretos que se le confían. Acercaos»    

Hubo una ligera pausa y el espacio se iluminó súbitamente por la luz cárdena de un relámpago lejano.

—«Nuestro pueblo—volvió á decir Hupalupu— está sufriendo inicuas vejaciones. De una manera cruel se nos va arrancando todo lo que era espíritu de nuestra raza, con el propósito de extinguiros... Se toman á burla nuestras divinidades, se menosprecian nuestras costumbres, se nos exigen imposibles tributos y se nos roba el honor de nuestras mujeres»...

Hupalupu volvió á callar un instante. Luego añadió:

—«Sí; sabed-lo compañeros. Ayer mismo el Conde, valiéndose de armas de villano y de pro­cedimientos indignos, trató de atentar contra el honor de mi hija Iballa... La poderosa influencia de nuestro Dios, y el heroísmo que presta la virtud, la salvaron milagrosamente.»

Ajeche lanzó un rugido amenazador, y dijo:

— «¡Malvado! ¡Cien veces maldito!

Hupalupu continuó:

—«Somos indignos vástagos de un pueblo noble si seguimos sufriendo como siervos. He tenido una revelación divina, y es necesario matar al Conde y recuperar nuestra libertad... Os he entregado mi secreto... Espero ahora oír vuestras palabras»...

Ajeche prestó su asentimiento en forma breve y decidida; pero el más joven de aquellos tres hombres dijo en tono vacilante:

—¿Y si se sabe?»

—«¡Si se sabe es por tí, cobarde!»—replicó Hupalupu—hundiéndole un puñal en el pecho. El golpe fue mortal, y poco después el cadáver de un hombre flotaba sobre los oscuros Lomos de las olas...

Hupalupu volvió á hablar:

—«Este cobarde nos hubiera perdido... Regresemos a tierra... ¡Mañana mismo será!... ¡Libertemos a nuestro pueblo!...



En compañía de una vieja servidora y de un blanco corderillo de graciosos y rizados vellones, salió cierta tarde de su vivienda la hermosa Iballa, andando muy quedo, como quien se echa al campo sin otro propósito que recrearse en la contemplación de la naturaleza. La gallarda moza tenía prendidos sus rubios cabellos, según costumbre entre las mariguadas, con una guirnalda de blanquísima flores y ostentaba sobre su ondulante pecho un ramo de margaritas silvestres... ¡Tentadora y gentil doncella con tan sencillo y agradable tocado!

El bosque estaba sumido en esa calma triste de la caída de la tarde, en esa calma del crepúsculo en que la naturaleza parece recogerse en silenciosa meditación antes de que la cubra el sudario de la noche. Reinaba profunda tranquilidad, y sólo se oían los prolongados silbidos de los pastores que de otero á otero y de bosque á bosque se comunicaban las situaciones de sus hatos y rebaños con igual facilidad que si hicieran uso de su idioma nativo, raro don únicamente á los gomeros otorgado.

Iballa, después de un largo rodeo, penetró en la cueva llamada de Aguahedún, tapizada de caprichosos helechos, dorados musgos y lozanos claustrillos. La boca de la gruta se abre en un paraje escabroso donde la vegetación es frondo­sa, y solo existe un estrecho sendero formado entre zarzas, retamas amarillas y rosales silvestres... La vieja servidora dejó la compañía de su dueña y se ocultó sigilosamente...

Pocos instantes habían transcurrido, cuando apareció monte abajo y en dirección á la cueva el Conde Hernán Peraza, seguido de dos escuderos . El Conde estaba vestido á la traza y modo de los grandes señores de aquella época y ceñía un largo acero toledano. A corta distancia de Agua­hedún, ordenó á sus acompañantes que le dejasen solo, y, avivando el paso, se perdió entre los follajes que ocultan la vereda, momentos antes recorrida por Iballa y la vieja servidora.

Sorprendidos debieron quedarse los escuderos del Conde si barruntaron que Iballa estaba por aquellos pintorescos y solitarios lugares. A fe que el caso no era para menos, pues la bella indígena, sobre ser una mariguada, andaba siempre, como diría un escritor de la época, sobre los estribos de su honestidad y recato; por lo cual tenía legítima fama de ser mujer que no se daba ni se tomaba á hurto. Mas si sorpresa les causó cuanto dejo refe­rido, estupefactos debieron quedarse al oir de pronto, reproducidos por los ecos del valle, fero­ces gritos y agudos silbidos, al mismo tiempo que eran cercados por gran número de isleños.

No bien se hubo el Conde dado cuenta del peligro a que sus desenfrenos le habían traído, cuando, queriendo ponerse á buen recaudo, llegó hasta la puerta de la cueva. ¡Inútil empeño! Allí le esperaba Ajeche, el rendido adorador de Iballa, que armado de un venablo, y, con ademán sereno y noble continente, le retaba cuerpo á cuerpo. Vaciló un momento el Conde, pero viendo lo inminente del peligro, desenvainó el acero, diciendo:

—«¡Villano, respeta á tu señor!»

Ajeche, sin pronunciar palabra, cayó con extraordinaria agilidad sobre el Conde. Éste que era hábil lidiador, pudo evitar el primer golpe, pero al segundo quedó en tierra con el pecho atravesado.

Buen número de isleños salió entonces de los matorrales fronterizos, dando ensordecedores "agigides" y diciendo:

—«¡Ya se quebró el gánigo! ¡Ya se quebró el gánigo de Aguahedún! Frases que empleaban siempre cuando al concluir sus festejos populares, rompían las ollas ó gánigos y los dejaban despreciados como objetos viles que no debían usarse jamás.

Abrió se paso entre el humano cerco el viejo Hupalupu y habló de esta guisa:

—«¡Ha muerto el tirano, pero no la tiranía! ¡Nuestra sangre es necesaria para recuperar la libertad! ¡Peleemos, que nuestro Dios nos prestará su auxilio!»

El sol se había ocultado; los perros ladraban atemorizados,  y los silbos seguían repitiéndose de cumbre en cumbre y de poblado en poblado... Aquella noche misma se supo en toda la Gomera, portal extraño sistema, la muerte de Hernán Peraza, y quedó acordado el general levantamiento contra las tropas de Doña Bea­triz de Bobadilla.



Honda emoción sintió Doña Beatriz cuando supo la trágica muerte de su esposo; más no fue tanta que nublase su despejado entendimiento y no la dejara ver los graves peligros de que estaba amenazada. Conocía á los isleños lo bastante para calcular cual era el propósito que podían tener. Así es que, sin pérdida de momento, dispuso que saliera para Canaria una fusta en demanda de protección. ¡Amargos días aquellos para la viuda de Hernán Peraza!

Rodeada de sus más fieles servidores, se encerró en la torre de San Sebastián dispuesta á resistir los ataques de los isleños. Su vida dependía de que llegaran pronto los auxilios de Canaria. Por eso, al decir de la tradición, la ilustre dama pasaba los días y las noches escudriñando el horizonte, con mirada ansiosa y actitud desesperada. ¡Cuántas veces el penacho de una ola se le antojó velamen de amiga carabela! ¡Y que de ocasiones la exaltada imaginación, le hizo ver en la lobreguez de la noche una luce-silla oscilando en la sinuosa línea de las aguas!... ¡Vanas ficciones de un espíritu horrorizado por los fantasmas del peligro!... Febril, con los cabellos flotantes sobre las espaldas, corría del amplio ventanal al lecho de sus pequeños hijos y de éste á la capilla donde oraban sus servidoras y el viejo capellán entonaba salmos dolientes!

¡Cómo recordaría Doña Beatriz de Bobadilla en tales momentos, su existencia en el palacio real! ¡Qué de paralelos no formaría entre las angustias de aquellos días y los placeres de aquéllos otros en que el Rey de España, el Católico Monarca, la rodeaba de cuidados exquisitos y tiernas solicitudes!

Entre tanto los isleños, bajo la dirección de Ajeche y Háutacuperche, luchaban como héroes por concluir con la tiranía. Tres asaltos sucesivos tenían ya dados á la torre de San Sebastián, que no se había rendido gracias á que el ánimo de Doña Beatriz, aunque perturbado por la inminencia del peligro, supo imponer se con resoluciones desesperadas.

Por último llegó Pedro de Vera con los anhelados auxilios.

Este General, que era hombre de grandes dotes militares, creyó que sus soldados caerían sobre los isleños como halcones sobre grullas. ¡Torpe ilusión! Muchas semanas estuvo sin adelantar un solo paso. Los guanches, alentados por la justicia de su causa, peleaban sin cesar con un valor extraordinario. Ni de una sola de las posiciones que ocupaban antes de venir Pedro de Vera habían sido lanzados, y las tropas españolas perdían la esperanza de concluir con aquel heroico alzamiento.

Muy contrariado estaba con esto Pedro de Vera que veía marchitar sus laureles, cuando más frescos los necesitaba para acallar los odios de sus muchos rivales y enemigos. Aquel General, de infausta memoria en los anales de la historia canaria, apeló entonces á procedimientos dignos de un criminal sin nociones de la hidalguía que jamás debe extinguirse en el corazón de todo buen guerrero... ¡La historia le condena y la tradición le maldice!...

Contando con la nobleza de los isleños, preparó un ardid. Consistía éste en enviar emisarios á los principales caudillos de la insurrección, diciéndoles que deseaba ajustar la paz de una manera honrosa, pero que para ello era necesario que bajasen desarmados al valle, donde él los esperaba en iguales condiciones, y en anunciar á tambor batiente que en la iglesia de San Sebastián se celebrarían exequias por el alma de Peraza, y que los que no asistieran á ellas serían considerados cómplices en el crimen de Aguahedún.

¡Desventurados isleños, su honradez les perdió!

¡Aquello fue una carnicería espantosa que aún hoy produce estremecimientos de ira y arranca palabras de dolor!

Sobre los que bajaron, al valle cayó gran número de tropas que estaban ocultas, y los asesinaron cobarde mente con saña indescriptible y ferocidad inaudita. ¡Borrón indigno de la hidalguía castellana!... En la iglesia fue aun peor; ¡sí, aun peor, porque allí, ante las sagradas imágenes, corría la sangre de los niños, de las mujeres y de los ancianos... ¡Peor, porque Pedro de Vera en persona, todo un General, husmeando sangre, sacrificaba seres inocentes é indefensos!...

¡Peor, porque la señora de Bobadilla, la antigua dama de Doña Isabel la Católica, se recreaba en aquel espectáculo indigno y miserable!

Pocos guerreros isleños escaparon de la horrible matanza. Ajeche y otros cuantos, acompañados de sus familias, seguían resistiendo en los risco de Chigaday. Pedro de Vera mandó contra ellos algunos centenares de soldados para qne los exterminasen sin compasión. La lucha había comenzado en la mañana de un domingo de Enero de 1488, y tardaron los españoles todo aquel día en estrecharlos en cierta playa que da frente por frente á las costas de Tenerife.

A la caída de la tarde los últimos defensores de la libertad de la Gomera estaban reducidos á un exiguo número, y decidieron darse muerte antes que entregarse á la soldadesca enemiga.

Hupalupu llamó entonces á Iballa y á Ajeche y les habló en esta forma:

—  «Hijos míos, vosotros no debéis morir; en esas tierras de enfrente viven seres de nuestra raza, gentes nobles que os acogerán con amor, si por suerte, auxiliados del poder divino, llegáis á rebasar las aguas que nos separan. Sois jóvenes y vigorosos; ios vientos soplan favorablemente; arrojaos sobre esos foles: yo os bendeciré antes de morir».

— «¡Imposible, moriremos contigo!—dijeron Iballa y Ajeche; pero Hupalupu con ademán im­perativo replicó:

—«Yo lo mando. Yo lo mando como padre y Sacerdote. Los viejos no servimos para nada; vosotros os salvaréis: confío en el poder divino.»

Ante esta actitud enérgica del viejo Hupalupu, Iballa y Ajeche, después de besarle llorando, transidos de dolor, se dieron á las aguas sobre dos grandes y abultados foles.

Hupalupu se arrodilló y les bendijo según las fórmulas de sus prácticas sagradas. Después lan­zó la postrer mirada de angustiosa despedida á los enamorados, y se dio muerte con su puñal.

Así terminó aquel desventurado alzamiento contra la tiranía desatentada é impúdica del im­púdico y desatentado Hernán Peraza.


No dice la tradición cómo pasaron Iballa y Ajeche el gran brazo de mar que separa á la Gomera de Tenerife, ni cuales fueran sus angustias, horrores y sobresaltos; sólo se sabe que la noche era espléndida, el mar estaba apacible y la luna brillaba como un sol. Pero estéril y menguada fantasía ha de tener quien no vea á la enamorada pareja cruzar las aguas llenas de matices pálidos, de un gris argentino, impulsadas suavemente por la brisa que suena como un aleteo incesante y hace estremecer esa bruma vaga, indecisa, que ocupa el espacio cuando la naturaleza duerme y la luna corre como una loca a través de la bóveda azul... ¿Quién no imagina los tormentos de la infeliz pareja al verse en medio del Atlántico contemplando á un lado á Tenerife y al otro á la Gomera, que apenas lucen en el horizonte como dos trazos de carbón ligeramente esfumados?..
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Lo cierto es—y á la tradición me vuelvo—que Iballa y Ajeche llegaron al alborear el día á una de las playas de la región de Izora, situada en la costa Sur de Tenerife, donde existe una cueva, que, por haberles servido de habitación, lleva aún el nombre de «Cueva de los alzados»... Si es gran alivio en las desgracias hallar quien se duela de ellas, no pudieron quejarse Iballa y Ajeche, pues­to que los tinerfeños, llevados de su noble y caritativo corazón, los agasajaron ofreciéndoles no sólo frutos de sus árboles, leche de sus ganados y trigo de sus campos, si no también dulces y cariñosos consuelos.

A medida que por tierra de Nivaria iba divulgándose la terrible tragedia, las gentes acudían con abundantes presentes, ansiosas de escuchar de labios de los «alzados» las espeluznantes narraciones de la muerte del Conde, de las ferocidades de Pedro de Vera, del fin del viejo Hupalupu y de cuanto queda referido.

Largos años vivieron los enamorados esposos,y es fama que todas las tardes, cuando el sol en su agonía de fuego comunica á las cumbres el aspecto de un incendio monstruoso, de uno de esos grandes cataclismos de las edades geológicas, caían de rodillas con los ojos clavados en la Patria para siempre perdida... en la pobre Patria dominada por el despotismo; y así permanecían orando fervorosamente hasta que las tintas cárdenas iban palideciendo, tomando ya reflejos rubios de bron­ce florentino, ya matices de anaranjado oscuro, para concluir poco á poco en el augusto misterio de las sombras.

Cuatro siglos han transcurrido y aún no se ha olvidado la memoria de Iballa y Ajeche, ni se ha extinguido su descendencias pues en Guía de Te­nerife existe una familia que lleva el apellido Al­varez y procede de la enamorada pareja que apareció al alborear de cierto día, en una de las playas de la región de Izora, flotando sobre dos grandes y abultados foles...

jueves, 13 de marzo de 2014

¿Que ha pasado con el sistema de educación canario?

Sencillamente se nos ha negado el pan y la sal.
Cuando jóvenes con la mejor intención ponen en sus diferentes redes sociales,  la bandera institucional canaria su sentimientos hacia su tierra son claros pero el significado y la simbología de esa bandera no saben lo que es ni que significa.
Veamos que la corona de España esta en lo alto con dos perros que lambisquean dicha corona,  con sendos collares.  Símbolo de que el perro esta sometido,  que el pueblo esta sometido.
Si supiéramos o se nos enseñara la amplia cultura que poseemos,  sacarimos pecho y levantariamos el mentón.  No voy a decir pre-colonial sino colonial.
En tanto en cuanto que hemos estado representados en momentos trascendentales de la historia.
Como por ejemplo en la independencia norteamericana.
Los grandes dominadores de esta tierra los aduladores de la corona,  que luego se convirtieron seudos nacionalistas.
Un joven que tenga inquietudes sobre su cultura, tiene que cultivarse por si sólo.  Si desgraciadamente no tiene un patrón de búsqueda se aburrira y desechar esa opción sera lo primero que hará.
Hay nombres maravilloso y de una historia de letras de oro en todas las islas.
Pero ya lo iremos contando más adelante.