lunes, 1 de agosto de 2016

De días de verano.






De días de verano.
Los días de verano, cuando niño fueron muy especiales, primero porque no había escuela, eso que tan finamente llaman hoy colegio.
Te levantaban estrictamente a las ocho y media, para darte el desayuno, fuera que a las once cuando fueras a la playa, te cortaras la digestión.
Entre que te preparabas y no la ropa siempre era la misma, pantalón corto, camisa y un calzado particular las cholas himalaya, que lo mismo te servían pa el monte que para la playa un calzado, plástico que sudaban el pie, con generosidad. Que últimamente las he visto como moda a precios desorbitantes, increible.
Estrictamente a las diez y media salias para la playa cuando más pequeño y sin autonomía era la playa del muelle ya cumplido los ocho años eras autónomo y ibas a la playa del roque, tus muslos blancos en los primeros días, se ponían encarnados del sol. Si tenias seis pesetas subias en la guagua de las, dos o de las tres segun fueran tus progenitores de permisivos, aunque eso de las tres tenias que tener una edad considerable de diez o once años, para poder aspirar a esa libertad. Si no caminando cuesta arriba, eso si a las tres en casa, como muy tarde, Se hace duro el camino de cerca de kilómetro y medio y cuesta arriba.
En edades más tempranas las siestas era de origen miliciano, mi madre que tenia una buena mano, si hoy fuera era tenista de elite, te aplicaba la ley del valium cinco, en dosis de nalgadas, cinco o diez, si quería ella que te durmieras rápido, te daba en los muslos y la perrera de la impotencia unido al dolor te dejaban sobando como un ángel.
A las cinco, para no molestar a los vecinos y que no le llamaran la atencion por ti, eso te podía costar una buena tanda, salias a la calle, si había merienda comias, si no a las fincas colindantes, comi tanta papaya en aquella época que hoy junto con la gallina la tengo aborrecida.
Y a las ocho y media como mas tardar tenias que estar en tu casa, porque si no habían represalias de origen miliciano. Eso si las cenas eran copiosas, cenas de papas fritas, huevos pasados por agua para mojar las papas y la taza de leche, de rigor.
Entre alguna que otra obligación de estricto cumplimiento, se pasaba el verano de tardes de sentada de tunos, de juegos con palos de cacerías de lagartos con piedras, de entradas en fincas, de morales llenos de hermosas moras, de guerras de verodes que duelen, en la espalda y muslos,
Todo hay que decirlo, los castigos, me los ganaba a pulso, pues era malo como la quina.



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