A lo largo de la vida te encuentras, de todo.
Hay una etapa quizás, la más tierna e ingenua, no es la niñez precisamente, pues tu mundo se limita a tú familia y compañeros de juego que en mi caso eran del barrio.
Todo se trataba como familia. Como familia había gentes mejores y peores.
Es en la adolescencia, donde se producen las primeras heridas sentimentales. ¿ Quien no ha tenido un amor lleno de felicidad, caminando sobre esponjas, que como era el primero fue el más idílico? ¿ Cuando se rompe, como casi siempre, no se desgarrado por dentro?
Hoy pasado los años, lo miras en la lejanía, con ternura y al mismo tiempo consciente de que ahí empieza el camino que al pasó de los años, te convierte en menos permisivo.
Y llegas a un punto, al menos es mi caso que si no me cuadran las cosas o te cogí en una mentira, se de antemano que esa relación, ya sea de amistad, emocional e incluso familiar. Deja de tener para mi, la importancia y atención que probablemente te brinde. Te la dejaré pasar una vez más, pero se que es el principio del fin.
Y es, por respeto hacia uno mismo. El hambre viene y va la dignidad una vez perdida, jamás vuelve a ser recuperada.
Ese asesinato de la inocencia, de lo idílico, la vida se encarga de decir y poner los pies en el suelo.
Ya la princesa en su eterno estereotipo no es tan rosa, ni el príncipe en su eterno estereotipo es tan azul. Son de un triste gris ceniza, como la vida real y diaria, salpicada de arco-iris puntuales.
Esos espejismos que al fin y al cabo son sólo espejismos.
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